Once del nueve y nueve del once

Barcelona es el icono mundial más potente de la voluntad de ser de un pueblo

ENRIC MARÍN

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Hace un mes los adversarios del soberanismo, aquí y en Madrid, se frotaban las manos. De acuerdo con sus cálculos, el patético suicidio moral y civil de Jordi Pujol pinchaba definitivamente el suflé del independentismo. Previendo un fracaso de convocatoria, nos invitaban a evaluar la fuerza del soberanismo midiendo la asistencia a la Diada de este año. Que Santa Lucía les conserve la vista, porque ya hace unos cuantos años que se equivocan por sistema. Se han equivocado en el diagnóstico y en el tratamiento. Primero pensaron que aplicando una terapia de castración química al Estatut derrotaban definitivamente el molesto «nacionalismo catalán». Después, que el proceso soberanista era un movimiento táctico de las élites catalanistas... Se han creído sus grotescas deformaciones de la realidad catalana y no han entendido la fuerza de la unidad civil catalana. Tampoco que el movimiento soberanista va de abajo arriba y que se explica mejor con la metáfora del movimiento tectónico que con la del suflé. Confundiendo propaganda con información se han incapacitado para actuar con inteligencia y han reducido al mínimo su margen de actuación política. Ya solo les quedan la amenaza, la prohibición o el trato displicente y ofensivo. No saben hacer más. Quien quiera entender qué pasará en estos meses decisivos de la historia de Catalunya hará bien en repasar el vídeo de la comparecencia parlamentaria del ministro Montoro para referirse al caso Pujol. En aquella esperpéntica intervención se concentran casi todas las significaciones.

Certezas de hoy: en la Diada del tricentenario, Barcelona es el icono mundial más potente de la voluntad de ser de un pueblo. A partir de hoy ya no será posible impedir la expresión democrática de los catalanes. El once del nueve nos lleva al nueve del once.