la opinión

La Europa fragmentada

En su empeño por alejar el problema de sus conciencias, la UE cierra las rutas migratorias más lógicas y solo deja como alternativa las más arriesgadas

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OLGA RODRÍGUEZ

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Anoten bien: Europa podría evitar muchas de las muertes en el mar Mediterráneo o en la ruta terrestre que siguen los refugiados.

Cómo: Activando el derecho a solicitar asilo en las embajadas y consulados europeos situados en los países de origen o de tránsito de las personas que migran. Es decir, abriendo rutas legales de entrada a Europa.

Muchas de las personas que llegan a nuestro continente desde Oriente Próximo pagan hasta 5.000 euros a las mafias para cruzar un mar y seis fronteras. Es decir, tienen dinero suficiente para comprar un billete de avión que les trasladaría a cualquier país europeo sin necesidad de poner en peligro su vida.

Por qué esto es imposible: Porque la Unión Europea apenas otorga visados de entrada desde el país de origen a personas que escapan de la guerra o de la persecución. Prefiere condenar a potenciales refugiados a rutas clandestinas cada vez más peligrosas. En su empeño por externalizar fronteras para alejar el problema de sus conciencias, cierra los trayectos más lógicos y solo deja como alternativa los caminos más arriesgados.

Así lo ha denunciado esta semana el ACNUR, el organismo de la ONU para los refugiados, que alerta de las restricciones fronterizas en Europa y sitúa el foco en Italia como nuevo receptor de personas migrantes en detrimento de Grecia tras el cierre de la ruta de los Balcanes y el acuerdo entre la UE y Turquía. En el 2016, 181.436 personas llegaron por mar a territorio italiano; de ellas, el 90% procedía de las costas libias, es decir, habían recorrido una de las rutas más peligrosas que hay actualmente. Casi 26.000 eran menores no acompañados.

MUJERES Y NIÑOS

En otro informe difundido también esta semana, Unicef entrevista a 80 mujeres y 42 niños en territorio libio. Tres de cada cuatro menores encuestados afirman haber sufrido violencia, acoso o agresiones a manos de adultos durante su trayecto y la mitad de ellos aseguran que fueron víctimas de palizas u otros abusos físicos. Las mujeres no lo cuentan fácilmente, pero si se convive con ellas varios días, recorriendo kilómetros y asumiendo riesgos, sienten más confianza para compartir sus vivencias, y no son pocas las que relatan robos, palizas o agresiones sexuales.

Europa es responsable directa de la muerte de al menos 5.096 personas que se ahogaron en el Mediterráneo en el 2016. Nuestros gobiernos taponan las rutas más razonables y trazan las más peligrosas, erigiéndose como diseñadores intelectuales de las tétricas yinkanas que imponen a los otros como únicas rutas posibles.

Desde su torre de marfil de puertas cerradas y de lugares exclusivos el continente europeo contempla, impávido, los tropiezos, los ahogos, los secuestros, los traumas que su insolidaridad genera. Y aguarda a los supervivientes para sortear entre ellos trabajo precario y semiesclavo. Escribió John Berger que aceptar la desigualdad como algo natural nos convierte en seres fragmentados. Los principios de la Europa nacida tras la segunda guerra mundial se caen a trozos, con los derechos humanos resquebrajados.