Domingo de tensión

Equidistancia galáctica

Solo el regreso al espíritu de lo que representó el estallido del 14 de abril de 1931 facilitará la salida de este sinvivir

Disturbios en el barrio de Cappont de Lleida.

Disturbios en el barrio de Cappont de Lleida. / periodico

OLGA MERINO

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Mientras escribo estas líneas para que se publiquen el lunes, resuena en bucle dentro de mi cabeza la canción aquella de Gilbert Bécaud"et maintenant que vais-je faire/ de tout ce temps que sera ma vie" con su estela de inmensa melancolía. ¿Y ahora, qué? Pues, a título personal, una tristeza sin demasiadas expectativas, sin un lugar en el mundo, sintiéndome más rara que una seta en el Polo Norte. En concreto, un champiñón, porque tiene pocas raíces y la cabeza hipertrófica, a punto de estallar. No tengo más patria que los libros, la palabra y algunas personas a las que quiero.

Me encantaría sentirme partícipe de algún entusiasmo colectivo, pero no creo en el pensamiento mágico del independentismo ni en sus principios excluyentes ni en los referéndums con trampa, pero la estulticia de Rajoy, el españolismo fascista que grita "a por ellos" y las cargas policiales han acabado por crear la tormenta perfecta para la declaración unilateral de independencia. Un callejón sin salida. Todos los nacionalismos son estrechos de miras e incandescentes, sin sombras ni grises, sin lugar para el disenso, de manera que expulsan al equidistante. No tengo bandera.

Si alguna enseña logra emocionarme un poco, solo un poco, es la de la República, con su franja morada y su carga sentimental de sueño truncado. Aunque cada vez más desvaído, únicamente el regreso al espíritu de lo que representó el estallido del 14 de abril de 1931 podrá facilitar la salida de este sinvivir. Es decir, una ruptura pactada desde las fuerzas progresistas del régimen de 1978, un baldeo a fondo de la casa y un referéndum pero con todas las de la ley. Ni Rajoy ni Puigdemont son ya interlocutores válidos, y sería de esperar que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias estén a partir de ya a la altura de las circunstancias históricas.   

Y si eso falla, no me quedará otra que largarme en un cohete con rumbo a Marte o al asteroide 9766, así llamado en honor a Ray Bradbury, y quedarme a contemplar el fin de la eternidad con los pies colgando.