Al contrataque

Un oficio

ANA PASTOR

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Podría elegir decenas de frases maravillosas. Citas sobre la vida, la muerte, la esperanza, el miedo, la honestidad... Pero si hay que elegir, ¿cómo no escoger la declaración de amor a su profesión, «el mejor oficio del mundo, el más hermoso»? Solo quienes han contribuido a hacer del periodismo eso, un oficio maravilloso, podrían definirlo de esa manera. Y así lo hizo Gabriel García Márquez. No voy a glosar su figura, porque hay escritores y colegas de profesión con más talento y sabiduría a los que leeremos hoy y los próximos días dedicados al homenaje. El mejor, sin duda, será leerlo y releerlo. Pero sí me gustaría aprovechar la ocasión para recordar que el mejor oficio del mundo adquiere otras dimensiones en el país natal de García Márquez, Colombia, y en el que vivió hasta su muerte, México.

Es evidente que el periodismo está tocado en España. Los ciudadanos nos miran con recelo porque quizá muchos piensan que entre ellos y el poder demasiadas veces hemos elegido lo segundo. Volver a recuperar la confianza, si alguna vez la tuvimos, va a ser una tarea complicada. Es todo un desafío al que se suma la situación económica de los medios, cada vez más necesitados de que los que mandan acudan a su rescate. Sin embargo, cuando hablamos de periodismo en algunos países de Latinoamérica hablamos de otras dificultades, de jugarse la vida de verdad y de perderla por escribir sobre hechos cotidianos. En México, según los datos de Reporteros Sin Fronteras, al menos 88 periodistas fueron asesinados entre el 2000 y finales del 2013, y otros 18 desaparecieron. Los datos hablan por sí mismos de la gravedad de la situación a la que se enfrentan quienes deciden investigar y publicar informaciones sobre el narcotráfico y el crimen organizado. El riesgo aumenta lejos de las grandes ciudades, en los medios locales, donde la presión y las amenazas son aún mayores. Y a todo eso hay que sumar la impunidad que sigue a los asesinatos y secuestros. En Colombia, según explica el periodista español Gervasio Sánchez, desde 1977 han sido asesinados al menos 143 periodistas. Y en ninguno de los casos fueron condenados los autores materiales, los que ordenaron la muerte.

Me quedo con el testimonio de Marcela Turati, periodista de la revista mexicana Proceso. Contaba hace unas semanas en A vivir que son dos días, de la SER, que algunos de los que practican el oficio más hermoso del mundo en su país han tenido que aprender a convivir con la pistola en la sien y la lucha contra el silencio. Relataba que allí hay una cacería de periodistas, lo que les convierte en corresponsales de guerra en su propio país. En mitad del día y de la noche los sacan de la redacción o de su casa y desaparecen. Algunos son muertos en vida que incluso ya se despidieron de su familia por si ese día llega. Y sin embargo, decía Marcela Turati, «hay que seguir haciendo periodismo». Y en su caso, vivir para contarlo.