NÓMADAS Y VIAJANTES

Odio al presidente negro

RAMÓN LOBO

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El presidente Barack Obama ha lanzado un órdago: firmar una orden ejecutiva que evita la expulsión de cerca de cinco millones de inmigrantes que residen en EEUU de manera irregular. Todavía no se han apagado los ecos de la victoria del Partido Republicano en las legislativas del 4 de noviembre, cuando se hicieron con el control de ambas cámaras del Congreso. Aún andan henchidos de entusiasmo, colmados de planes para desbaratar cada metro de lo construido por el presidente negro, sea útil como el ObamaCare, o no. Escribo negro no por racismo sino por lo contrario, porque en el odio africano a Obama, ahora sí me permito la ironía, subyace una cuestión racial además de política.

Se trata de una mini reforma inmigratoria, más centrada en resolver asuntos que humanitarios que en cambiar las reglas de juego. Está, desde luego, muy lejos de la propuesta realizada en 2004 por George Bush de legalizar a ocho millones de indocumentados. El presidente republicano, un héroe para muchos de los que hoy se declaran escandalizados con Obama, dijo que se trataba de conseguir una política inmigratoria «más racional y más humana». Detrás de los sentimientos, los datos: también buscaba mejorar su voto hispano que en 2000 no superó el 35%. Obama ya no busca nada, es un presidente de salida.

Tanto Bush como el venerado conservador Ronald Reagan utilizaron el privilegio presidencial de la orden ejecutiva para proteger inmigrantes. Los críticos de hoy arguyen que aquellas órdenes no modificaban las leyes en vigor, que se trataba solo de pequeños arreglos. La reforma exprés de Obama tampoco modifica la esencia: no abre el camino a la nacionalidad ni a la carta verde ni da acceso a los servicios públicos sanitarios; solo es un permiso temporal de trabajo durante tres años que permitirá, sobre todo, evitar la expulsión de cuatro millones de padres que tienen hijos nacidos en EEUU. Se busca evitar la separación familiar.

El diario The New York Times publicó el viernes en su primera página la foto de Reagan durante la firma en 1986 de la ley de amnistía, aprobada por el Congreso, que benefició a tres millones de personas. Era la manera de denunciar lo fariseo de la escandalera actual. Ni los hechos -la orden es muy suave si se compara con las promesas electorales de 2004- ni la hemeroteca detienen a los republicanos. Mitch McConnell, el líder del Senado a partir de enero, y John Boehner, jefe de la Cámara de Representantes, prometen acciones contundentes contra la ley. Una de sus posibilidades para bloquearla es dejarla sin fondos.

Comienza una larga batalla que durará hasta noviembre de 2016, cuando se elija presidente -o presidenta-, una nueva Cámara de Representantes (se renueva cada dos años) y parte del Senado. Lo que ha irritado a los republicanos es que Obama renuncie a negociar con el Congreso y emplee el privilegio presidencial. Gran parte del mandato de Obama ha sido torpedeado desde el Legislativo, que ha ido matando cada una de sus promesas. No hay opciones para el diálogo.

Obama quiere que los republicanos muestren su cara más radical para que se escuche más la voz de los ultras, de los que están más cerca del Tea Party. Algunas de esas voces ya se dejan escuchar, con congresistas llamando a paralizar el Gobierno. También es un guiño al electorado de toda la vida del Partido Demócrata, muy desmovilizado por el fracaso del Yes we can.

Lo que está en juego, además del trato humanitario a cinco millones de personas, es la presidencia, no la de Obama, sino la siguiente. Cuanto más ultras parezcan los republicanos, mejor para Hillary Clinton, la presumible candidata demócrata.

En EEUU hay 11 millones de inmigrantes indocumentados, según los datos del propio Gobierno. Los republicanos más duros y la extrema derecha exigen su expulsión. No es una tesis que tenga muchos devotos en las encuestas: solo el 15% se opone a abrir vías que permitan a estos inmigrantes a convertirse en ciudadanos que trabajen honradamente y paguen sus impuestos.

El 54% de esos 11 millones de irregulares llevan más de 10 años en EEUU. Son personas que están adaptadas al sistema: un tercio tiene casa y seguro médico. El 64% de los inmigrantes irregulares está entre los 25 y 44 años, es decir, en edad laboral, la mayoría trabaja en la construcción. El 82% de los varones sin papeles tiene un trabajo, por lo general un empleo que ya no quieren los locales.

El milagro económico americano exige este tipo de mano de obra barata, sin papeles y sin derechos, como lo demanda en España. La inmigración es una necesidad económica para el que emigra y para el que contrata. El efecto llamada es la

desigualdad. El objetivo de Obama es sacarles de la oscuridad; el de los republicanos, acabar con cualquier vestigio de obamanismo.