Dos miradas

Odio

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Las heridas de Rafael Martín no son una ficción. Ni los pómulos erosionados, ni los hematomas en el ojo, ni las heridas en la oreja y en las muñecas, ni la fisura de una costilla. Y no es una ficción que los policías que le agredieron en Mestalla actuaron movidos por el deseo irracional de usar la fuerza para concretar un sentimiento de odio. Y, como nada es ficción, resulta que todo es real y, por tanto, denunciable, porque la policía existe para garantizar la seguridad de los ciudadanos, no para usar la violencia en su contra, avalados por un uniforme que les garantiza, a su juicio, la impunidad.

Agredir es la palabra exacta. Una agresión fuera de toda medida, alejada de la racionalidad, del respeto por unas ideas políticas. Una agresión que forma parte de un determinado universo de confrontación en el que domina la fuerza del garrote, como si la situación fuera similar a la de una guerra y como si el aficionado que luce un símbolo que lo identifica fuera el enemigo y no el contribuyente pacífico que también paga el sueldo de la policía. Esta es la realidad: ejercer la libertad de expresión no es que sea punible, es directamente objeto del odio de unos individuos que se escudan en una legalidad que los ampara y que, ahora, debería ser el incisivo cuchillo que les cortara las alas de la prepotencia. O que obligara, moralmente, a dimisiones irrevocables por parte de los responsables de una desazón cruenta tan alejada de la democracia.