Ocho apellidos catalanes

SAÜL GORDILLO

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El éxito taquillero de la película Ocho apellidos vascos demuestra que los tópicos sobre las comunidades y sus ciudadanos funcionan para la comedia en la gran pantalla. La caricaturización de andaluces y vascos en clave humorística ha llevado a 7 millones de espectadores a las salas de cine, que han vuelto a llenar sus aforos como hacía tiempo.

Los vascos provocan una curiosa admiración que contrasta con la mala prensa que tenemos los catalanes en el conjunto del Estado español. Una segunda película que confrontase la caricatura de catalanes y, pongamos por caso, de madrileños quizá no tendría hoy el mismo éxito de taquilla. Las diferencias culturales pero especialmente el actual conflicto político entre gobiernos, parlamentos e instituciones catalanas y estatales ha generado un rechazo que seguramente pasaría factura en las salas de cine. Y no sería porque los catalanes no sepamos reírnos de nosotros mismos. Solo hay que ver la tirada de programas satíricos como Polònia, en la pública TV-3. Sus gags, por cierto, tienen circulación fuera de Catalunya en la red, y la cadena pública española sería incapaz de reírse de Rajoy como aquí hacemos con nuestros dirigentes.

A diferencia del plan Ibarretxe, el pulso soberanista catalán no es un antojo presidencial, no es ningún «órdago» de Artur Mas. El president no va por libre y tampoco se ha puesto tras la pancarta. Ejercer el voto en una consulta democrática asusta en España mucho más que las propuestas confederales que el lendakari, Íñigo Urkullu, se acaba de sacar de la chistera para marcar perfil propio pero distanciándose del «desafío» catalán.

Ocho apellidos catalanes será, cuando llegue, una gran película pero ahora no está el horno para bollos. Haurem d'esperar.