Pequeño observatorio

Obligado a mirar hacia el suelo

JOSEP MARIA ESPINÀS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Me ha impresionado la fotografía que hace pocos días vi en los diarios. Cuando Rodrigo Rato entraba en un coche tras pasar por un trámite judicial. ¿Cómo entraba? No con la airosa seguridad del hombre acostumbrado a subir a espléndidos y amplios coches oficiales, mientras un chófer o un ayudante le mantenían la puerta abierta para facilitar la operación y le saludaban con respeto.

La imagen que me ha impactado -como se dice ahora- es la de un hombre con mangas de camisa a cuadros que empujaba a quien fue un político que ha ocupado uno de los cargos más altos en el ámbito internacional. Le empujaba como si aquel ilustre personaje no fuera capaz de entrar solo en el coche. Era una señal de derrota. En otras circunstancias, el importantísimo señor podría haber gritado: «Que se ha creído usted. No me ponga las manos encima». Pero el señor Rato ha tenido que someterse a ser tratado como un bulto. Y la peor humillación, en mi opinión, el funcionario le ha puesto la mano detrás de la cabeza y le ha obligado a bajarla.

Tener que bajar la cabeza. Un gesto simbólico del poder perdido. Pasar de ser intocable a ser tocable. Un gran personaje del foro internacional que ahora sale a la calle sin sonrisa y sin corbata. Nunca he podido entender cómo funciona el mecanismo de la ambición. Hablo, naturalmente, de la excesiva, pero es evidente que no hay una norma que diga: «hasta aquí, sí; más allá, no». Es imposible, porque no hay dos personas ni ambiciones iguales. No recuerdo quién dijo que la ambición es como el agua salada: cuanto más bebes, más sed tienes.

Que te cojan la cabeza, con un gesto autoritario, para que mires forzadamente al suelo, debe despertar una rabia profunda, y más aún si piensas que eres un personaje de primera categoría y el hombre que te fuerza es un funcionario anónimo que lleva una vulgar camisa a cuadros. ¿Es que ya no hay clases?