Análisis

Obligado cambio de chip

TONI AIRA

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La noche electoral del domingo aún salía Pere Navarro, con rostro noqueado, a intentar meter el dedo en el ojo a CiU y al presidente Artur Mas, reclamándoles «reflexión» «porque son las segundas elecciones en clave plebiscitaria que pierden». Y lo decía él, que acababa de saber que había perdido la mitad de sus votos y escaños en el Europarlamento. Y lo decía a un partido (de gobierno) que acababa de ganar más de 100.000 votos y que había mantenido los escaños de sus mejores marcas.

Pero, sobre todo, lo decía y se metía con el antagonista equivocado. Aquí es donde Navarro y el PSC demuestran más dramáticamente su desorientación y su pobre lectura o asunción de lo que está pasando. Porque CiU ya no es su adversario por la hegemonía política en el país. Esta batalla la libra CiU ahora con la Esquerra de Oriol Junqueras. Y son estos otros actores, ERC y su líder, los nuevos adversarios del PSC por el liderazgo de la izquierda catalana.

Esta es la gran batalla que el PSC está perdiendo hace tiempo, una vez ya descartado que la pueda librar para ser la primera fuerza del país. Vive con un chip instalado muy antiguo, y o lo cambia o seguirá en caída libre. Pero no es solo el PSC a quien estas elecciones han recordado que es obligado un cambio de chip.

Las elecciones europeas del domingo llaman e interpelan a que haya consecuencias. Y las habrá. Porque los partidos catalanes tienen que saber interpretar un nuevo mensaje que confirma la tendencia de los pasados comicios catalanes. La mayoría por el derecho a decidir avanza y la sociedad catalana no quiere al frente del proceso una única figura política ni un único partido. Esto, sin duda, llama a una mayor unidad de las fuerzas proconsulta, que de haberse presentado juntas podrían haber proyectado unos espectaculares porcentajes de voto (mensaje) en contraste con las fuerzas sucesivas, a mucha distancia.

Por lo tanto, se intensifica el debate sobre la necesidad de acelerar la suma de los partidos que están por el derecho a decidir, como mínimo de CiU y ERC. ¿Esto se traduce directamente en un gobierno de concentración? Es una opción que reforzaría al presidente Mas ante el ensañamiento contra él que irá a más, como dejan intuir las primeras reacciones de Madrid a la derrota de CiU en unas europeas (que por otro lado los nacionalistas no la habían conjurado más que, por poco, en 1994).

Pero la pieza a batir es evidentemente Mas, porque el pueblo catalán no lo querrá pero el poder español y unionista sí lo tiene identificado como la punta de lanza que los amenaza. Y él ya lo ha dicho, que se «come los marrones» solito. ¿Esto apela a la socialización del dolor con ERC? No necesariamente, y sí seguramente apunta a aquello que se intuye como inevitable: que las dos fuerzas políticas principales del país, las dos por el derecho a decidir, vayan confluyendo en una gran candidatura conjunta cara a las próximas elecciones catalanas: la candidatura del sí. ¿Y en ella estará Unió? Esta Unió y su líder, difícilmente, como también parece claro que lo aconseja el cambio de chip que estas elecciones y las anteriores reclaman.