El epílogo

Obama y el ojo por ojo

ENRIC HERNÀNDEZ

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Caprichos del destino, todo un premio Nobel de la Paz como Barack Obama dio al fin la orden por la que el belicoso George Bush había suspirado durante años: disparen a matar. Y, en efecto, ayer una veintena de soldados de élite de EEUU, en una operación que el presidente siguió en directo vía satélite, irrumpieron en la lujosa mansión que cobijaba a Osama bin Laden en Pakistán, le descerrajaron un tiro en la cabeza y luego lanzaron su cuerpo al mar. ¿Fin de la historia? Ni mucho menos.

Acorralado por la oposición extremista, acuciado por una crisis que no remite y en puertas de su incierta reelección, el presidente estadounidense dio en la madrugada de ayer, con el asesinato del enemigo público número uno de EEUU, un golpe de efecto de colosales proporciones. Una nación herida en su orgullo desde hacía casi diez años reclamaba, más que justicia, venganza. Y, al fin, el ojo por ojo ha llegado.

Nadie en el mundo civilizado -y aún menos en Estados Unidos- derramará una sola lágrima por el instigador de la matanza del 11-S, entre otros muchos atentados perpetrados por Al Qaeda y sus heterogéneas franquicias. Pero una cosa es celebrar la desaparición del gran villano del siglo XXI y otra, alabar los métodos empleados para aniquilarlo.

Se objetará que en la lucha contra el terror global no caben disquisiciones jurídicas. Pero no deja de resultar chocante que fuentes de la Casa Blanca presuman de haber ordenado la ejecución de un terrorista, y no su captura, tuviera esta el desenlace que tuviera. Y todavía llama más la atención que ahora prorrumpan en aplausos quienes, no hace tanto, abanderaban en España las denuncias sobre una supuesta

-y, en todo caso, mucho menos sofisticada- guerra sucia contra ETA.

¿Un mundo más seguro?

Bin Laden no era ya sino un mero icono del fundamentalismo islámico, sin poder operativo sobre la yihad. Y, diga lo que diga Obama («el mundo es más seguro»), lo cierto es que Occidente teme ahora las represalias que Al Qaeda pueda tomar en respuesta a la ejecución de su líder espiritual. De nuevo, el ojo por ojo.