Obama, el mejor expresidente

El análisis de la presidencia del demócrata se ve condicionado por las enormes expectativas que generó

Barack Obama se seca las lágrimas durante un momento de su discurso de despedida en Chicago.

Barack Obama se seca las lágrimas durante un momento de su discurso de despedida en Chicago. / KS

JOAN CAÑETE BAYLE

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Paoli, Pensilvania. Población: 5.425 habitantes. 19 de abril del 2008. El tren en el que viaja Barack Obama se detiene en la estación de ferrocarril. Es el Obama’s whistle stop train tour, un lento de viaje de Filadelfia a Harrisburg con numerosas paradas en varias estaciones. En cada alto en el camino, Obama baja del tren, sube a un pequeño escenario, y en mangas de camisa pronuncia su discurso, sin papeles, tan bueno que parece improvisado. Habla de cambio. Habla de esperanza. Habla de cambiar Washington. Son las primarias de Pensilvania, que acabaría ganando Hillary Clinton. Apenas hay negros en su audiencia. "Estas elecciones van de cambio, y Obama es el que mejor puede llevarlo a cabo", dice Kevin, un profesor universitario. "Hombres blancos de mediana edad con Obama", reza un cartel que sostiene Larry. Más de la mitad del pueblo, según las crónicas, acuden a la estación de Paoli. Eran tiempos de obamamanía, en los que todo parecía posible, que un negro fuera presidente, que alguien con Hussein como segundo nombre se instalara en la Casa Blanca. Ocho años después, esos mismos hombres blancos de mediana edad, de clase trabajadora, apeados de la globalización, han llevado a la Casa Blanca a otro candidato que habla de "cambio" y de zarandear Washington. En Pensilvania. En Michigan. En Ohio. Han votado a Donald Trump.

TAN 'COOL' COMO EL iPHONE

Obama fue un extraordinario candidato, un presidente con un legado discutible y sin gran riesgo de equivocarse puede afirmarse que será un fabuloso expresidente. Analizar a Obama, lo que ha logrado durante su presidencia, es a la fuerza injusto porque no puede obviarse cómo llegó a ella. Las colas en los mítines, desde la helada Iowa donde empezó todo a la calurosa Denver donde formalizó la candidatura; la movilización de votantes, sobre todo jóvenes y negros, habitualmente desconectados de los proceso electorales; su oratoria, brillante; su estilo, respetuoso, tratando siempre a sus conciudadanos como mayores de edad, educado, inteligente incluso en los eslóganes pegadizos, el Hope, el Change, el Yes, we can, el Fired up! Ready to go! Las multitudes de punta a punta de EEUU, en Europa, donde esa primavera-verano del 2008 se convirtió en tan cool como el recién nacido iPhone.

Medido por la vara de medir de la euforia que desató, de las expectativas que levantó, de su capacidad intelectual, de su talla y capital políticos, de la humanidad que se le intuye cuando habla y cuando escucha y cuando lo fotografía Pete Souza, su presidencia es decepcionante. No ha sido transformadora, no ha cambiado Washington, muchas promesas se han quedado en el tintero, el mundo es un lugar menos seguro y EEUU se ha echado en brazos de Trump. Igual es injusto, nadie convertido prematuramente en leyenda puede llegar a igualar su propio mito en el mundo real, pero esa es la vara de medir que él contribuyó a crear. Del discurso de El Cairo a Siria; de Guantánamo a las lágrimas de Sandy Hook; del premio Nobel de la Paz a los muertos en bombardeos de drones, Obama no ha logrado cubrir el camino entre el hombre y el símbolo, entre el Despacho Oval y la puerta grande de los libros de Historia. 

PRESIDENCIAL Y ESTADISTA

A menudo, Obama parecía irritado con la mezquina letra pequeña de la política, frustrado de tener que dedicar su tiempo a explicar obviedades, a tratar con una oposición irracional que no cree en Darwin y que dice saber más de clima que la ciencia. Su famosa diatriba de la cena de corresponsales contra Trump, Trumpentonces improbable candidato, tuvo mucho de desahogo. En otras ocasiones, lideró con el freno de mano echado, reacio a entrar en el barro, a enfrascarse en el cuerpo a cuerpo, presidencial y estadista ante todo, muy puesto en su papel de ser el presidente de todos los estadounidenses, incluidos los que dudaban de su certificado de nacimiento. No ha sido sectario Obama, y tal vez haya pecado de ese pragmatismo que siempre estuvo allí para quien quiso verlo, nada que ver con ese delirante ataque de "socialista".

Ahora, libre de ataduras, su legado en peligro, su opuesto en tantos aspectos en la Casa Blanca, probablemente veremos a otro Obama, tal vez el auténtico. Quizá se convertirá en el mejor expresidente jamás visto. Probablemente dará gusto escucharlo y leerlo. Qué pena, que ya no sea presidente, tal vez dirá alguien. Y qué tarde.