La clave

Nunca es en vano

La respuesta de los gobiernos europeos a la crisis de los refugiados es la del miedo a que la xenofobia mine sus expectativas electorales

Manifestacion Volem Acollir

Manifestacion Volem Acollir / periodico

ENRIC HERNÀNDEZ

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Hace 14 años, el No a la guerra No a la guerraatronaba en las calles de Barcelona y de otras capitales para exigir a José María Aznar que se apeara del frente belicista contra Irak, comandado por George Bush. Hizo caso omiso, pero el clamor ante las mentiras de aquella guerra, que haría aún más inseguro el mundo en que vivimos, no cayó en saco roto. Los gobernantes pueden hacer oídos sordos, ignorar por tiempo indefinido las demandas ciudadanas, pero acaban pagándolo en las urnas. Aquellas movilizaciones galvanizaron una indignación que desembocó en un cambio de Gobierno, primero, y años más tarde en el movimiento del 15-M, cuyos reflujos han dejado al bipartidismo tocado, que no hundido.

Aquel movimiento cívico resurge ahora en forma de oleada solidaria ante la crisis humanitaria que tiñe de rojo el Mediterráneo. La guerra de Siria, que las grandes potencias no quisieron o supieron detener, ha encendido el polvorín de Oriente Próximo y engordado al Estado Islámico, dejando un reguero de víctimas inocentes y de supervivientes expatriados que se juegan y se dejan la vida por miles durante la huida.

¿Y cuál ha sido la respuesta europea? Aumentar la partida destinada a proteger sus fronteras. Sobornar a los países de la otra orilla para blanquear la sistemática violación del derecho de asilo. Levantar verjas físicas, murallas burocráticas y campos de refugiados que los eximen del deber legal y moral de procurar cobijo y esperanza a todo ser humano víctima de un conflicto militar.

¿VIDAS O VOTOS?

No obran así los gobiernos europeos por inquina, sino por miedo. Miedo a no saber gestionar la llegada de cientos de miles, millones de extranjeros. A que la xenofobia arraigue, minando la convivencia y sus expectativas electorales. Entre vidas y votos, su elección es inequívoca.

Manifestaciones como la de Barcelona quizá no alteren sus planes, pero nunca es en vano hacerles saber que conocemos el juego que se llevan entre manos. Y que no es el nuestro.