Nunca sabremos la verdad

ENRIC HERNÀNDEZ

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Pese a los recortes, a las privatizaciones encubiertas, a las miserias de la política y al inicial desbarajuste gubernamental, la tenacidad y entrega de los profesionales sanitarios han sido determinantes para curar a la compañera de fatigas infectada por el virus del ébola. Una auxiliar que, a su vez, contrajo la enfermedad cuando, voluntariamente, intentaba sanar a un religioso contagiado. Un religioso que, por su parte, se infectó mientras intentaba ayudar a las víctimas de esta plaga en África. Médicos, enfermeras y auxiliares se han jugado la vida para salvar la de Teresa Romero. El fin de su pesadilla nos deja una bellísima fábula sobre la solidaridad entre los seres humanos. Pero este feliz desenlace también debería servir para extraer conclusiones, corregir errores y depurar responsabilidades políticas. Es decir, para que se supiera toda la verdad.

La investigación interna abierta por el Consejo General de la Enfermería, basada en el testimonio del personal del Hospital Carlos III de Madrid, desvela que ni la formación impartida, ni el material suministrado, ni los protocolos contra el ébola establecidos por las autoridades sanitarias cumplían los requisitos legales para prevenir contagios. Al menos tres enfermeros atendieron a los misioneros contagiados sin formación alguna; otros recibieron cursillos de apenas media hora. La retahíla de infracciones legales de carácter laboral, civil e incluso penal acabará en manos de la fiscalía.

En lugar de desdeñar esta denuncia por su sesgo gremialista, el Gobierno debería indagar por su cuenta qué fallos rodearon el contagio de Teresa y permitieron que pusiera en riesgo la vida de las personas de su entorno. Pero el Ministerio de Sanidad se escuda ahora en el respeto a la convaleciente para no cuestionar su versión: que no se rozó la cara con un guante contaminado guante contaminado ni contó tal cosa al médico que la atendió. Es decir, que nunca sabremos toda la verdad.

'Sálvese quien pueda'

Sin un diagnóstico certero sobre las causas del contagio, ni los protocolos antiébola serán del todo fiables, ni los responsables públicos expiarán sus pecados. La política impone el 'sálvese quien pueda'.