El epílogo

De nuevo, la lengua

ENRIC HERNÀNDEZ

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Todos los astros se han alineado de nuevo para resucitar el debate lingüístico (es decir, identitario) como munición electoral de grueso calibre. La mecha la ha prendido el ultimátum del Tribunal Superior de Justícia de Catalunya (TSJC) a la Generalitat, que, en términos más castrenses que jurídicos, la apremia a implantar, en solo dos meses, el castellano como lengua vehicular en la enseñanza.

Fundamentan los jueces tamaño despropósito en sentencias no menos insólitas del Tribunal Supremo, que, a partir de una interpretación cuanto menos audaz de la doctrina constitucional, parecen imponer una subversión del sistema educativo vigente en Catalunya desde hace un cuarto de siglo. Porque no está nada claro que el Constitucional, en su sentencia sobre el Estatut, obligara a desarticular el modelo de inmersión lingüística. Ni tampoco que el Supremo haya impuesto a la Generalitat una reforma del sistema educativo de tanto calado, en lugar de reclamar --como dictaría el sentido común-- un simple ajuste que satisfaga al puñado de demandantes que exigen escolarizar a sus hijos en castellano. De la confusión reinante dan fe las idas y venidas del presidente del TSJC,Miguel Ángel Gimeno, cuyas vacilantes interpretaciones sobre la interlocutoria del tribunal que él mismo preside infunden escasa confianza en la pericia de sus señorías los magistrados.

Más allá de disquisiciones jurídicas, la inminencia de las elecciones, terreno fértil para la demagogia, ha desencadenado las hostilidades. Espoleado por sus medios afines, el PP, respetuoso con la inmersión cuando gobernó, desempolva la raída bandera de la persecución del castellano, Y CiU, que vela armas ante una (plausible) mayoría absoluta del PP, se rasga teatralmente las vestiduras, ademán muy del agrado de ese voto soberanista que presume en alza,

A años luz

Todo ello, ante la atónita mirada de los catalanes, que tanto en la escuela como en la calle disfrutan de una pacífica convivencia lingüística, a años luz de las diatribas de jueces y políticos. Ellos sí utilizan las lenguas para su verdadero fin: entenderse.