Nueva economía
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
En diciembre de 2008, Nicolás Sarkozy propuso una cumbre mundial para "refundar el capitalismo". Tuvo la vacuidad habitual de las grandes proclamas solemnes. Pero lo cierto es que nueve años después, el capitalismo ya no es el que era. Las heridas de los bancos siguen sangrando por la crisis financiera que provocaron, excepto en los países que decidieron darles "créditos" a un interés favorable como ocurrió en la España de Rajoy. Y sangran porque ya hay al menos un par de generaciones que han superado la fiebre consumista de antaño. Los menores de 30 años, con mayor o menor poder adquisitivo, se han liberado de las dos grandes cargas financieras de sus predecesores: la vivienda y el coche que en muchos casos han dejado de ser de compra para ser de alquiler. Pagan por el uso pero no por la propiedad. Esta tendencia castiga a las empresas tradicionales de automoción y de promoción inmobiliaria y abre posibilidades de negocio a los nuevos intermediarios digitales, desde PepeCar a Airbnb, que basan su competitividad en la agilidad tecnológica pero también en los vacíos legales. Términos como economía circular, economía colaborativa o 'block chain' forman parte del lenguaje coloquial de los menores de treinta años y no solo de los antisistema.
Uno de los ámbitos más visibles de esta nueva economía es el comercio. Las recepciones de las empresas están repletas estos días de la paquetería de las tiendas virtuales que envían sus pedidos a los lugares de trabajo de sus clientes. La antigua venta por catálogo vio crecer este año un 35% la demanda durante la campaña navideña. En ciudades como Madrid ya se han popularizado las 'mail box' en los principales intercambiadores del transporte público donde los clientes del comercio electrónico recogen sus pedidos de camino a casa o al trabajo. Esta nueva economía tiene unos parámetros diferentes con indicadores que a menudo no dejan rastro en las optimistas estadísticas oficiales ni en los pesimistas estudios de denuncia de la nueva precariedad social. Hay quienes no ingresan lo que necesitan, pero también hay quien ha decidido necesitar menos para alienarse menos.
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