Al contrataque

Nuestro yo futuro

MANEL FUENTES

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Paul Auster aconseja en su último libro, Informe del interior, que un diario personal se debe escribir básicamente para tu yo futuro pero sin poder prever cuando lo escribes, cuán diferente serás. Por lo que la sensación de no saber muy bien a quién te diriges, hace que al escribirlo dejes de anotar detalles importantes que entonces creías que nunca ibas a olvidar, o que con el tiempo simplemente abandones tu correspondencia con ese ser que no conoces porque aún no existe.

Auster va camino de los 70 años, y desde hace un tiempo, se usa a sí mismo como objeto de estudio. Ya en su Diario de invierno, exploraba cómo habían pasado los años a través de su cuerpo. Ahora pretende diferenciarlo de Informe del interior asegurando que lo que aquí se intenta es recrear la experiencia del desarrollo de su yo interno: el despertar de su conciencia. La frontera no está tan clara, ya que en los dos libros, la conciencia que valora y saborea la vida no deja de estar presente, pero la novedad de este último es que incorpora fragmentos de cartas que en su adolescencia le enviaba a la que luego fue su primera mujer. El Auster actual se ve a sí mismo, en alguna ocasión, como un perfecto desconocido.

El ejercicio de este hombre de Nueva Jersey es a la vez inteligente y fascinante, porque no se me ocurre una manera de escribir unas memorias más atractivas. Desde la humanidad más que desde el currículo. Desde las experiencias compartidas y la propia conciencia ante los acontecimientos de la vida y de su época. Nunca desde la exclusividad que le haya podido reportar su éxito. Si en  Diario de invierno podías notar la calidez de la fraternidad en un silencioso viaje nocturno en coche mientras nevaba, en Informe del interior vives el visionado de películas como El Increíble hombre menguante, desde la mente del pequeño Auster y entiendes su pasión por el cine, y entiendes cómo se ha formado parte de su estilo literario.

Metamorfosis

Pero más allá del libro, que sin duda les recomiendo, para que buceen en sí mismos y en toda una época, lo que me resulta fascinante es cómo a través de la infancia y la juventud nos podemos explicar y a la vez cómo también podemos convertirnos en alguien muy distinto en la adolescencia a lo que terminamos siendo en la madurez, sin ser muy conscientes de esa metamorfosis. Esos años borrosos. Arremolinados. Ese inconformismo vital hasta que de repente, sin saber muy bien cómo, salimos de la tormenta para cobijarnos de ella sosteniendo conscientemente nuestro paraguas. Saber de dónde vienen nuestras cicatrices, nuestras pasiones, nuestras obsesiones. Ver el recorrido de nuestros afectos, con lo bueno y lo malo, es un ejercicio recomendable para todos. Con Auster, os entrarán ganas de poneros a escribir para vuestro yo futuro, que por fortuna, aún no conocéis.