Al contrataque

Nuestro 'ismo'

MANEL FUENTES

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Dicen que un ismo Y la cosa casa más o menos con esta frase de Dalí, emblema del surrealismo: «El arte es el futuro. El fin del arte es lograr que lo habitual tenga apariencia de nuevo». Lo bueno del caso es que la frase la repesco en La economía, el último libro de Santiago Niño-Becerra, donde lo que queda claro es que nuestro ismo hoy, aunque esté en crisis, es el del capital.

Eso es lo que hay en el centro del sistema. El capital. Y no lo humano, ni lo social, ni lo común, que ya tuvieron sus ismos y o los pervirtieron o fracasaron o nos engañaron al llevar a mal puerto tan preciada bandera. Hoy el capitalismo se nutre de todo lo que encuentra a su paso para ganar un poco más de tiempo, desballestando lo que entiende que ya no es gasolina imprescindible para el inversor. Esta es su tendencia innovadora. Así se opone a lo existente. Hay quien lo ha llamado destrucción creativa, que no es más que ver cómo asaltar el castillo vigente para derribarlo y reinar desde uno nuevo con mayores márgenes, menores costes y mayor eficiencia. Generando residuos de cuya responsabilidad el capitalismo, si puede, se escaquea. Ya sean residuos medioambientales o sociales en forma de malestar o incrementos notables de las filas del paro. Para eso tiene que servir la política, dicen. El dinero público.

Cuando el capital interlocutaba con los humanos, básicamente por necesidad, cuando la fuerza de trabajo era clave, la política tuvo su opción. Y así como los trabajadores imprescindibles en las fábricas o los votantes en las elecciones, lo humano tenía voz y voto. Pero la demografía, el maquinismo, las TIC y otras maravillas del progreso han quitado peso, en el mejor y en el peor sentido de la palabra, a lo humano como factor determinante. Y el capitalismo -que, a diferencia del humanismo, no entiende de sentimientos- ha actuado con superioridad. Hoy que el mundo nos necesita menos, parece como si estuviéramos de oferta permanente de esta máquina insaciable y herida a la vez. Y es que con quien más interlocuta el capital ya no es con los humanos ni con la política -a la que ha vencido haciéndola caer en sus redes de crédito-, sino con esa red ininteligible que ha tejido el sistema financiero.

Poder como consumidores

Poder como consumidoresSus voceros dicen que la solución pasa por crecer, pero, como decía Edward P. Abbey, el crecimiento por el crecimiento mismo es la ideología de la célula cancerígena.

Nuestra voz hoy, en esta tendencia de orientación innovadora, ya no es como trabajadores ni como votantes. Nuestra voz existe como consumidores. Allí se esconde la fuerza de la resistencia. Hay que jugarla con audacia y arte. Ya que en el capitalismo el arte ya murió, ¿es posible un mercado sin capital?

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