EL ATENTADO DE BARCELONA

Nuestra ciudad querida

Somos la Barcelona valiente que queremos ser, la ciudad de poesía y libertad que queremos ser

Una ciudadana deposita flores en la fuente de Canaletes.

Una ciudadana deposita flores en la fuente de Canaletes. / periodico

JENN DÍAZ

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Ayer, en el Parque de Monfragüe, con un calor agotador, a las seis de la tarde, un silencio conmovedor y el jaleo de las crías de buitres reclamando su atención, nos llega la noticia: nuestra ciudad, la nostra ciutat estimada, ha sido víctima de un atentado. El miedo, la pena, una tristeza y una añoranza infinita me invaden. El día que temíamos ha llegado y estamos lejos, muy lejos, en una calma envidiable, impotentes y resignados al miedo, paralizados. 

La ciudad lejana se ha vuelto pequeña, se ha concentrado en unas pocas calles y en unos pocos recuerdos. Nosotros, a mil kilómetros, no sabemos reaccionar, pero los nuestros ya se han puesto en marcha. No solo los servicios, de los que no habíamos dudado --nuestros desconocidos, cociudadanos, nuestros anónimos se han echado a la calle: han colapsado las donaciones de sangre, han acudido a los hospitales para ayudar a traducir en varios idiomas, han abierto sus casas, han ayudado y acompañado, se han compadecido no solo de las víctimas, también de los que se han visto atrapados en atascos por no poder acceder a la ciudad, se han apiadado de los que no han podido regresar a sus casas o a sus hoteles. Han repartido agua, han ofrecido comida, han refugiado --sí-- a familias.

El silencio de la naturaleza es insoportable y poético. Pero allá, en Barcelona, ya no solo somos el pánico y el caos que nos querían, porque también somos todo lo demás. No somos solo un cordón policial, una ciudad restringida y limitada. No somos solamente la ciudad empequeñecida y golpeada, aislada en su dolor. No somos, no queremos ser una ciudad cercada, una ciudad acorazada. Cómo vamos a serlo.

Renacer de la incredulidad

Lejos, el estupor, la impotencia y la añoranza de nuestras calles sigue intacto, pero ya, tan pronto, Barcelona ha empezado a devolvernos lo que siempre ha querido darnos sin concesiones. La ciudad, la nostra ciutat estimada, ha empezado lenta pero efectivamente a renacer de la incredulidad y de uno de los días más tristes de su historia. Estar a la altura de las circunstancias también convierte a una ciudad en la ciudad que es, y Barcelona y su vida y su cultura y su atractivo y su literatura y su tradición y su encanto y su generosidad y su verdad y su mentira y su trampa y su miedo y todo, todo en Barcelona se ha permitido solo unos momentos de duda y desconcierto. Ya estamos todos en marcha, incluso los que con dolor no estamos en casa.

Esta no es ninguna revolución, pero alzamos nuestras rosas --sangre de la sangre de nuestros dragones literarios-- hacia el cielo y somos la ciudad valiente que queremos ser, la ciudad de poesía y libertad que queremos ser. De donaciones, casas abiertas y agua en las carreteras, la ciudad despierta que queremos ser, la ciudad que responde, que reacciona, la ciudad que rechaza el terror en cualquiera de sus formas, la ciudad acogedora que queremos ser. A mil kilómetros, la calma y la quietud de los ciervos dóciles en Monfragüe parecen macabras, pero no nos engañemos: la vida y la libertad no pueden avergonzarnos.