Dos miradas

La Novell

Sabía valorar no solo los registros de la voz o el vuelo de las manos, sino el sentido que se desprendía de las palabras

JOSEP MARIA FONALLERAS

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El ejemplo más claro de la implicación de Rosa Novell con el teatro (como una religión más que como un oficio) es su reciente intervención en L'última trobada. La breve aparición de la actriz se alejó de la ceremonia lacrimógena que podía significar el retorno agónico al escenario de quien ya tenía clavado el aguijón terrible de la muerte y se convirtió en un grito auténtico a favor del coraje de quien fue, sobre todo, valiente e indomable. Y también fue un homenaje a la verdadera esencia del trabajo del actor, el compromiso que firma cada vez que entra en escena. «Os aviso: no me sacaréis de aquí», fueron las últimas palabras en público de la Novell, al recibir el Premio Butaca. Os aviso: esto que yo hago es una religión en el sentido de adecuación a un código moral y no una exhibición de cualidades técnicas. Esta es la lección póstuma de una de las artistas más completas que hemos tenido, que sabía valorar no solo los registros de la voz o el vuelo de las manos, sino el sentido que se desprendía de las palabras, licenciada como era en literatura.

Una de las obras en las que más la admiré fue la Fedra de Racine dirigida por Joan Ollé, en la memorable traducción de Modest PratsEra precisa, certera, de una dicción pura, como un diamante. Y, como un diamante, era capaz de cortar, afilada, aquella atmósfera trágica. Recuerdo un verso alejandrino que ahora es un epitafio: «De los ojos, la muerte me roba la luz y nitidez».