Peccata minuta

Noticia de Mendoza

Si se me permite la licencia, creo que el universo más gamberro de Mendoza tiene también algo que ver con otro genio barcelonés al que quizá no se haya rendido aún justo tributo: Francisco Ibáñez

Mendoza, en la presentación de 'El enredo de la bolsa y la vida', en el 2012.

Mendoza, en la presentación de 'El enredo de la bolsa y la vida', en el 2012.

JOAN OLLÉ

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Conocí a Eduardo Mendoza en julio del 93; al despedirme de él, confiándole que debía ir a acompañar a mi padre, al que le quedaba muy poca vida, me regaló cuatro palabras serias sobre hijos y padres que se van. A Mendoza, a pesar de ser mucho más 'british' que él, siempre le he asociado al abogado Ollé: les unía el secreto del bigote bien llevado, el humor, Barcelona y la corbata -hoy todas y todos tan denostados/as-. Vivimos juntos otras muertes: la de <b>Rosa Novell,</b> su gran querer, y luego, hace apenas tres meses, la del doctor Oriol Gaspar, 'alma pater' y convocador de un almuerzo de hombres que a lo largo de años mantuvimos en un discreto restaurante del Eixample esquina consigo mismo, donde Ramon nos iba sirviendo a placer frutos de mar y de tierra. En una de estas selectas sobremesas, Eduardo señaló que comer con señoras solo tenía un inconveniente: es muy probable que acabes compartiendo con ellas, quieras o no, una ensalada de queso de cabra.

No seré yo quien celebre las virtudes literarias del nuevo Premio Cervantes, ni su condición de catalán crítico con los presuntos héroes de su país como argumento para añadir o restar mérito al premio -dotado con 125.000 del ala- que Mendoza ya comparte con otras tres preciosas letras eme de su tiempo y su ciudad: Matute, Marsé y (VázquezMontalbán. La señora Balcells, de tan contenta, lloraría.

EXTRATERRESTRE Y TRAVIESO

Muy probablemente, debido a que el doctor Gaspar se largó de vacaciones -como bien anotó en su esquela- y Eduardo se ha medio instalado en Londres, nuestras comidas se espaciarán más allá de lo deseable y tendré que volver a sus libros para seguir tronchándome de risa y admiración por sus giros, ingenios e imprevistos. Supongo que se habla estos días, y mucho, de su débito estilístico con Don Miguel de Cervantes, pero, si se me permite la licencia, creo que el universo más gamberro de Mendoza tiene también algo que ver con otro genio barcelonés al que quizá no se haya rendido aún justo tributo: Francisco Ibáñez, padre de Mortadelo, Filemón, Rompetechos y compañía. Más allá de los muchos saberes y erudiciones de Eduardo, tras la última piel de la cebolla 'mendoziana'ya desprovisto de bigote y corbata, anida un niño extraterrestre y travieso que halla en la risa el último y maravilloso porqué de las cosas sin respuesta.

Les recomiendo que se hagan con un libro de Mendoza, y, ya puestos, lo lean. Si desean regresar al XIX, paseen 'La ciudad de los prodigios'; si prefieren callejear por el Madrid del 36 del brazo en alto de Primo de Rivera, escojan 'Riña de gatos', y si optan por lo último, intenten desentrañar 'El secreto de la modelo extraviada'. ¿Obras mayores, obras menores? Siempre habrá un folletinesco Gurb que las reúna.