Nos olvidamos de rezar por los ángeles

Cohen no era un gran guitarrista ni un gran músico. Era un poeta inmenso

Leonard Cohen.

Leonard Cohen. / periodico

MARÇAL SINTES

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"Que sepas que estoy tan cerca de ti que si extiendes tu mano, creo que podrás tocar la mía", escribía Leonard Cohen este verano en su último adiós a una de sus musas, la noruega Marianne Ihlen, protagonista e inspiradora de 'So long, Marianne'. Se conocieron en la isla alargada de Hidra, en Grecia, en los años 60, en pleno estallido 'hippy' y cuando él ya era exacto a Al Pacino. Se enamoraron y luego fueron amigos hasta que la muerte la llamó primero a ella y luego a él.

Cuando leí la despedida de Cohen y que Marianne, al morir, había efectivamente tendido la mano al aire no pude evitar que me asaltara el recuerdo de la Capilla Sixtina, y en concreto de la escena en la que Miguel Ángel hace que Dios y AdánMiguel Ángel hace que Dios estén a punto de tocarse, llegando casi a unir sus dedos. No podría decir por qué esta y no cualquier otra imagen me vino a la cabeza. Quizá porque mi subconsciente asoció la belleza que Cohen creaba con la belleza de las formas y los colores de la bóveda pintada por el genio renacentista. Quizá porque relacionó el talento de Cohen con el de Miguel Ángel o, tal vez, identificó al quebequés con alguien que, como Adán, poseía algún vínculo íntimo, muy especial, con lo trascendente o con lo esquivo a la razón.

UN POETA INMENSO

Leonard Cohen, como reconocía él mismo, por ejemplo en su emotivo discurso al recibir el Premio Príncipe de Asturias, no era un gran guitarrista ni un gran músico. Era, eso sí, un poeta inmenso. Urdía una poesía muy personal, en la que las paradojas de la existencia y el contraste entre el vitalismo y una desolada melancolía eran los protagonistas. Es una obra que logra ser muy personal, con mucho carácter, es decir: característica, lo que la hace inconfundible a los oídos de aquellos que la oyen.

Y es muy personal por lo que dice, por las historias que se suceden, que son historias que, directamente o no, nos hablan siempre de sí mismo, sí, pero también por la forma, por el modo en que sus palabras y sus versos explican lo que explican. Son palabras y versos siempre rebosantes de significado, de significados. Son estos significados, las 'ideas', y una sensibilidad particular las fuentes de la poética de Leonard Cohen.

Escucho a Cohen desde los años 80 y son muchas las canciones que amo de este artista nacido en Montreal en 1934. Casi todas las que estos días más se han citado, como 'So long Marianne'. Pero también otras quizá menos mencionadas, como 'The Partisan', pongamos por caso.

UNA VOZ ÚNICA

Y está también la voz de Leonard Cohen. Siempre he preferido la poesía dicha o cantada a la poesía sencillamente leída. Siempre he preferido escuchar Ausiàs Marc a través de Raimon que llegar directamente leyéndolo en las páginas de un libro. A Leonard Cohen, la genética, la vida y puede que alguna divinidad le han concedido una voz única, como de vieja bota de roble, como de violonchelo con las cuerdas pobremente enceradas. Una voz profunda, mucho, y un punto aterciopelada. Segura, natural, sabia.

Hace un montón de años, Pere Duran Farell, conversando con jóvenes como yo sobre el país y sobre lo que hace realmente que las sociedades progresen, nos espetó una receta que entonces me desorientó. En un momento dado, Duran Farell, el gran empresario, exclamó: "¡Necesitamos poetas!". Lo recuerdo como si fuera ahora. Me quedé de piedra, al igual que, estoy prácticamente seguro, el resto de los presentes. No me repuse por completo ni cuando explicó que hace falta gente que no tenga miedo a imaginar, a crear, a pensar diferente. A soñar, en definitiva. Cuanto más pasan los años, más me gusta la poesía -una determinada poesía; la poesía nunca puede gustar toda- y más coincido con la radicalidad de la sentencia de Duran Farell.

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Cuando me enteré de la muerte de Leonard Cohen tenía en la mesilla de noche el libro de Ramón Andrés, 'Poesía Reunida. Aforismos' (Lumen). Es un pensador -y un sabio- y un gran poeta, intenso, depurado, áspero. Andrés, nacido en Pamplona y que vive en Barcelona hace tiempo, antiguo cantante, escribe y recita muy, muy bien. Su poesía también resuena de una forma especial en su voz.

También es un poeta del significado y del sentido. Pienso que algunos de los versos de Cohen los podría haber escrito perfectamente Andrés, aunque ellos dos sean tan y tan diferentes. Versos como, por ejemplo, estos, que pertenecen justamente a 'So long, Marianne': "I forget to pray for the angels / And then the angels forget to pray for us" (Me olvidé de rezar por los ángeles / Y entonces los ángeles se olvidaron de rezar por nosotros).