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No todo vale

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Desprestigiar la política se ha convertido en un pasatiempo nacional. De ahí que haya mucho ciudadano  cabreado dispuesto a dar una oportunidad a Podemos, cuyo discurso -pese a los tintes mesiánicos- es el que ahora mejor responde a este enfado general. Hay quien les reprocha la falta de concreción y un exceso de moralina. Puede ser, pero lo que es seguro es que el malestar colectivo está motivado y tiene nombres y apellidos.  Solo un ejemplo. La ya exalcaldesa de Alicante Sonia Castedo renunció ayer al cargo (vía Facebook) después de meses de chulear a la oposición en los plenos. Y eso que estaba doblemente imputada por protagonizar unas conversaciones sonrojantes con un constructor. «Quien tiene un amigo tiene un tesoro», le decía la edil popular a su colega empresario mientras negociaban un pelotazo urbanístico.

Otro ejemplo, más cercano: la imagen de Jordi Pujol vacilando a los diputados del Parlament para no explicar su fraude a Hacienda, no solo dolió a los suyos. Fue de vergüenza ajena.

También la guerra sucia entre partidos o, lo que es peor, entre instituciones, ha contribuido a su desprestigio. Informes apócrifos como el que atribuía al alcalde de Barcelona, Xavier Trias, una cuenta en Andorra con 13 millones empequeñecen la política y, en más de una ocasión, deshonran al periodismo. La fiscalía ha dado carpetazo a este caso por carecer de fundamento alguno. Pero el daño ya está hecho.