EL RADAR

No toda Barcelona es la Rambla de Catalunya

En la batalla de las terrazas, lo vecinos se quejan de ruido y de pérdida de espacio

JOAN CAÑETE BAYLE

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La calle Blai, en el Poble Sec, como microcosmos: desde hace meses recibimos cartas en Entre Todos de vecinos que denuncian: "Ya no podemos más". "Llevo desde el año 2012 padeciendo los ruidos que generan los bares -siguen abriendo más- de la calles Salvà y Blai. Cada noche hay que soportar gritos de la gente que sale a fumar o a hablar por el móvil. Se juntan a la salida borrachos a discutir o pelearse y no respetan horarios de cierre. (...) Le pido a la nueva alcaldesa, que dice que 'hay que escuchar a los vecinos', que nos atienda. No podemos vivir encerrados y muertos de calor para que otros se diviertan. Tenemos derecho al descanso", escribía José Almeida, de 56 años, por elegir una queja.

La batalla de las terrazas que vive Barcelona, el primer gran asunto ciudadano que afronta el equipo de Ada Colau, es en realidad un capítulo más de una contienda que hace tiempo que dura. A veces, toma la forma del ruido y del civismo, como es el caso de la denuncia de Almeida. Otras se trata de la lucha por las aceras ("Próximamente se inaugurará el tramo central de la Diagonal, con aceras más anchas para pasear en familia, comprar... Un espacio, dicen, pensado para el ciudadano. Pero no nos engañemos. En poco tiempo iremos viendo su transformación: mesas, sillas, veladores, jardineras y un largo etcétera de elementos que acabarán por reducir esta magnífica acera a la mitad o menos. Rambla de Catalunya, paseo de Gràcia, avenida de Gaudí, Enric Granados... son claros ejemplos de lo que nos espera", escribía en enero Lídia Rubies, de 44 años.

Es más habitual escribir para quejarse de las terrazas y denunciar las incomodidades que generan que hacerlo para defenderlas, pese a que son muchos los barceloneses que las disfrutan, ya que lo de comer, beber y charlar a la fresca no es tan solo cosa de turistas. Lluís Llanas, presidente del Eix Comercial Creu Coberta, publicó en Entre Todos un alegato como parte implicada a favor de las terrazas (y, por extensión, del comercio) destacando no solo los obvios beneficios económicos: «Nosotros, que somos garantes de civismo, de convivencia, de seguridad ciudadana, de iluminación, de encuentro vecinal, ¿debemos ser los perseguidos? ¿Quieren que la gente pasee por las calles? Pongan terrazas y comercio». En febrero, publicamos una sentida carta de Vicenta Pena en defensa de la terraza de un pequeño bar en Gran Via con Entença que debía cerrar en aplicación de la normativa tras estar abierta durante 12 años: «Como cliente y vecina de negocio del Bar Saioa, quiero expresar mi decepción por la forma en que han tratado este negocio pequeño y familiar. El local tiene un aforo reducido, pero se complementaba con una terraza muy bien situada en la Gran Via; en invierno nos daba un solecito estupendo y se estaba muy a gustito, y en verano se estaba muy fresquito (...) Me gustaría que el Ayuntamiento permitiera colocar la terraza en el mismo sitio en el que estaba para que todos volvamos a disfrutarla mientras comemos esas patatas bravas tan ricas que sirven».

Y es que, cuando hablamos de terrazas, no toda Barcelona  es la Rambla de Catalunya. Hay muchas realides geográfica diferentes, desde Enric Granados hasta la Rambla del Pobleou, y muchas sensibilidades e intereses de ciudad (riqueza, empleo) que satisfacer. Llama la atención, eso sí, cómo las dos partes -los propietarios que temen con razón perder gran parte de su negocio y que se dañe la actividad económica de la ciudad y los ciudadanos que se quejan con razón de los problemas, sobre todo de ruido, que generan- apelan a la alcaldesa Colau con un argumento similar: ellos son los débiles en el debate.