No matéis al mensajero

ENRIC HERNÀNDEZ

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Pese a la revuelta interna y a la presión de los barones, el tropezón electoral del PP el 24-M no acarreó los efectos políticos esperados. Mariano Rajoy, fiel a sí mismo, limitó el cambio de Gobierno al cese de un ministro ya amortizado, y el del partido, a movimientos de banquillo. Aun así, la incorporación de savia nueva como Pablo Casado Andrea Levy indicaba que algo había entendido el presidente del Gobierno y líder del PP: la comunicación del partido con la ciudadanía es, cuanto menos, mejorable.

En cuanto pierden el favor del electorado, los líderes políticos tienden a atribuir su impopularidad a evanescentes problemas de comunicación. Se niegan a asumir que cuando falla la comunicación política no es que falle la comunicación, es que falla la política. Situar bajo el foco mediático a dirigentes jóvenes, bien preparados y con capacidad de conectar con el público solo soluciona una parte del problema: por mucho que se engalane el escaparate, si no hay productos frescos y atractivos que exhibir el cliente no llegará al mostrador. Ni siquiera franqueará la puerta de entrada.

Campaña anti-Podemos

Casado, encargado de vender el pescado de siempre del PP, ha intentado estigmatizar a Podemos --referente español de Syriza-- denunciando que el corralito bancario ha desatado en Grecia «una ola de atracos y de violencia inusitada». Como fuente para airear esa supuesta barbarie griega Casado citó un diario conservador de Madrid, para al fin concluir: «No puedo matar al mensajero.»

Otra 'mensajera', la buena de Andrea Levy, abunda en la campaña anti-Podemos: «Qué casualidad que cuando gobierna un partido de izquierdas tenemos un corralito.» Se olvida la joven dirigente catalana, bregada el mil tertulias, de que el primer corralito de la zona euro aconteció en el Chipre del conservador Nikos Anastasiadis, compañero de Rajoy en el Partido Popular Europeo (PPE).

Como periodista debo coincidir con el portavoz Casado en que es de muy mal gusto matar al mensajero. Basta con exigirle que ejerza su función con el rigor de un buen comunicador, y no con la ligereza de un profesional de las tertulias.