ARTÍCULOS DE OCASIÓN

No en mi embajada

DAVID TRUEBA

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Se ha hablado ya bastante del suceso absurdo de la prohibición, en un centro holandés dependiente de nuestro servicio exterior, del acto de presentación programado de una novela, 'Victus', que se identifica con los motivos independentistas catalanes. Al conocerse la suspensión del acto, muchas personas se escandalizaron por lo que tiene de censura. Pero la censura es el acto ocasional, grosero y absurdo. Lo terrible es la costumbre, el uso habitual que se hace de nuestras instituciones, que es algo en lo que nadie quiere reparar. Al viajar con películas y novelas por esos mundos he comprobado con cierto rubor que en demasiadas ocasiones es habitual que los que ocupan el cargo de representación de nuestro país se dejen llevar por sus filias y sus fobias a la hora de organizar actos y extender invitaciones a artistas, intelectuales, empresarios o cocineros y toda la variada fauna que desde España viaja al exterior.

No incluiré aquí ningún capítulo en el que me haya sentido víctima de estos personajes, porque daría más para una comedia cosmopolita que para un artículo trágico. En mi caso, me agrada saber que en cierta gente causas temor o inquina suficiente como para anular tu invitación o escurrir el bulto cuando saben que andas por la ciudad presentando tu trabajo. Esto te libra a veces de cenas y recepciones insufribles, o sea, que a ratos ser vetado es una bendición del cielo. Recuerdo ahora el suceso de la anulación en Londres de una proyección de 'La pelota vasca', de Medem, entonces considerada una cinta polémica, y cómo en lugar de censurar al embajador español hasta se le bendecía desde la política nacional. No es más que una forma altanera y usual de ocupar las instituciones como algo particular. Entran en el ministerio, en la embajada, en el Cervantes o en la biblioteca pública y se dicen: "Esto es mío". El afán cortijero obliga a interpretar como una herencia, un regalo, lo que es un encargo de gestión transparente y respetuoso.

He tenido la suerte de encontrarme con lo contrario, gente abierta y con sentido institucional, pero no es raro toparte con quien, según sus favoritismos, habla y se comporta de un modo grotesco bajo el amparo de una institución nacional. En lugar de representar al país se representan a sí mismos y someten las instituciones, sus locales y el programa de actos al filtro de su ideología, su capricho personal y hasta al amiguismo más recalcitrante. Te lo cuentan funcionarios que conviven con ellos y sucede en todo el espacio político con demasiada indiferencia. Es una lástima, pero enlaza con la apropiación indebida que fragiliza nuestro país y lo aparta del cariño de la ciudadanía. La empresa colectiva solo puede estar regida por quien tenga ese respeto a la pluralidad, a la minoría, a la discrepancia. No es fácil educarles para que, cuando los nombran, en lugar de pensar que todo aquello que está bajo su mando les pertenece como una finca, comprendan la sencilla realidad: no es suyo, sino nuestro. Por eso, más escandaloso aún que la penosa censura ocasional es el modo de uso habitual.