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Nixon, periodismo y sátira política

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ROSA MASSAGUÉ

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Hace 40 años, el 9 de agosto, asistíamos atónitos a la inédita dimisión de un presidente de EEUU. Richard Nixon abandonaba la Casa Blanca cuando el escándalo de Watergate le estaba abocando a una serie de graves acusaciones que, en cualquier caso hubieran acabado con su presidencia.

Nixon había mentido, obstruido a la justicia y abusado del poder de forma regular y continuada.

En la investigación que desembocó en aquel gesto de renuncia, hasta ahora único, el trabajo periodístico llevada a cabo por Bob Woodward y Carl Bernstein tuvo un papel determinante y abrió una edad de oro para el periodismo de investigación.

Con el paso del tiempo se ha planteado la cuestión de si las revelaciones del ‘caso Watergate’ fueron el resultado de una paciente investigación periodística llevada a cabo por los dos reporteros o si fueron una calculada serie de filtraciones.

No hay duda de que la tenacidad de los dos célebres periodistas fue importante, pero lo fue más todavía la voluntad de su director y de la empresa de ‘The Washington Post’ --y también la de ‘The New York Times’-- de publicar las revelaciones que resultaban ser pura dinamita ya que podían abrir una crisis constitucional sin precedentes.

El 'caso Watergate' fue la demostración de lo importante que es una prensa independiente para la democracia. Cuatro décadas después, la democracia en EEUU y en todo el mundo está enferma y los medios han –hemos-- bajado la guardia. Hoy el sufijo ‘gate’ se aplica a cualquier escándalo, pero las investigaciones quedan siempre a medio camino. La lección del Watergate ha quedado olvidada.

Por ello, no está de más leer o releer algunos libros. El primero, ‘Todos los hombres del presidente’, de Woodward y Bernstein, reeditado en castellano en el 2005 por Inédita. Es el relato de la investigación periodística que fue llevado a la pantalla interpretado por Robert Redford y Dustin Hoffman.

Katharine Graham, que fue presidenta de ‘The Washington Post’ durante la época del escándalo, publicó ‘Una historia personal’ (Alianza), unas memorias que son ejemplares por tres razones: por la fe absoluta en la responsabilidad social del periodismo, por la defensa y el apoyo totales a sus dos reporteros, y por no haber sucumbido a las múltiples presiones políticas para renunciar a la investigación.

Ambos libros fueron escritos a posteriori. Pero hay uno que pareció adivinar toda la podredumbre que se escondía en la Casa Blanca con Richard Nixon. Es ‘Nuestra pandilla’ (‘Our gang’), de Philip Roth, aparecido en 1971, un año antes de que se iniciara el caso. En España no se publicó hasta el 2008 por Anagrama.

El gran cronista de los EEUU de nuestros días hace un brillante ejercicio de sátira política en la mejor tradición que se remonta a Jonathan Swift o incluso a Francisco de Quevedo. El libro es desmadrado, hilarante, despiadado con el poder, corrosivo. Es un retrato de la paranoia de un presidente y la corrupción y la doblez que genera.

Ahora que el novelista ha anunciado su retirada de la literatura y de la vida pública, la lectura de su sátira, 40 años después de que los hechos confirmaran su perspicacia, es el mejor homenaje que podemos hacerle quienes quedamos huérfanos de sus grandes historias norteamericanas.