Esperanza en la COP21

Ni frío, ni calor

Todos los estados del mundo se han comprometido en París a luchar contra el cambio climático

RAMON FOLCH

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«Mira: cero grados, ni frío ni calor». Es un chiste antiguo, pero aún hace gracia. En 1742, Anders Celsius ideó la escala centígrada, basada en el cambio de estado del agua: 0ºC corresponde al punto de congelación y 100ºC al de ebullición. En el mundo anglosajón también se utiliza la escala que Daniel Fahrenheit había creado en 1714 (0ºC equivale a 32ºF). Todavía hubo una tercera escala, la propuesta en 1731 por René Réaumur. Así que, por sorprendente que resulte, los humanos no hemos podido expresar con exactitud la temperatura en que vivíamos y pasaban los fenómenos físicos hasta bien entrado el siglo XVIII. Hoy podemos decir con razonable precisión que empezamos a sentir frío por debajo de los 14-15ºC y que comenzamos a tener calor por encima de los 25-26ºC. Es una ventana muy estrecha, de solo una docena de grados. En efecto, la temperatura más baja posible o cero absoluto, establecida de acuerdo con los principios de la termodinámica por el británico Lord Kelvin en 1848, alcanza los -273,15ºC, mientras que la temperatura más alta es indeterminable (el núcleo del Sol, por ejemplo, está a más de 15 millones de ºC). Así que en un abanico de varios millones de grados experimentables en nuestro sistema solar, los humanos nos helamos o nos abrasamos por encima o por debajo de un miserable intervalo de una veintena o treintena de grados como mucho.

¿A quién le puede extrañar, pues, que todo el revuelo de la Conferencia sobre el Cambio Climático celebrada en París haya girado en torno a una anómala variación de un par de grados en la temperatura global del planeta? El objetivo más ambicioso es que la temperatura global en el 2030 no supere en más de 1,5ºC a la imperante al comienzo de la revolución industrial. Por ignorancia o mala fe, algunas personas ridiculizan este incremento de 1,5º o de 2ºC, sin darse cuenta de que es un enorme 10% de nuestro margen de comodidad como especie.

TRASTORNOS ATMOSFÉRICOS

Pero el tema no es este. Si el cambio se limitara a ello, bastaría con desabrigarse un poco. La cuestión es más trascendente que nuestra comodidad térmica personal. La cuestión son los trastornos atmosféricos asociados a este pequeño incremento térmico y a sus consecuencias meteorológicas (fríos, sequías, huracanes, lluvias severas, fenómenos extremos, etc.), son los desacoplamientos en los ciclos biológicos de muchas especies (migraciones a contrapié, floraciones a destiempo , plagas agrícolas, etc.), es la exaltación de determinados escenarios epidemiológicos (proliferación de enfermedades pulmonares, asma, etc.), es la fusión parcial de los suelos hiperbóreos helados y de los hielos continentales (emisión de gases edáficos, subida del nivel del mar, etc.), y son aún otros trastornos menores. La cuestión, en fin, es una sustantiva alteración rápida del estatu quo en el que se ha desarrollado nuestra estrategia de ocupación y utilización del planeta. No tiene sentido referirse a las condiciones imperantes en la Tierra en otras épocas geológicas: entonces, los humanos no estábamos. Lo que debe preocuparnos es que esas condiciones cambien ahora y de forma relativamente repentina. Al planeta le da igual (no es necesario 'salvarlo' de nada); a los humanos, nos afecta mucho.

Desde hace tres siglos tenemos escalas de medida y aparatos para determinar la temperatura con precisión. El desarrollo de las tecnociencias nos ha llevado a niveles de conocimiento jamás vistos. Y también ha comportado externalidades climáticas muy negativas para nuestros intereses, debido a las emisiones de dióxido de carbono subsiguientes a la quema masiva de combustibles fósiles, también por las emisiones de metano agrícola y ganadero. Sabemos que tenemos un problema ambiental grave que lo causamos nosotros mismos. Es lógica, pues, una reacción igualmente tecnocientífica y también, más aún, una reacción socioeconómica. La primera hace tiempo que se da; la segunda, apenas apunta y con reticencias, porque conlleva vencer inercias (la famosa pereza humana) y contrariar algunos intereses.

PARÍS, PUNTO DE INFLEXIÓN

La Conferencia sobre el Cambio Climático habida en París (la 21 de las celebradas en los últimos 20 años entre las partes implicadas, de donde sale el acrónimo COP21) marca un punto de inflexión. Han participado en ella 195 estados, de los que 171 han acudido con programas voluntarios de reducción de emisiones o de adaptación al cambio. Todos se han comprometido para que en el 2030 la temperatura global no supere en más de 2ºC la de antes de la revolución industrial. No queda claro cómo lo harán, pero han reconocido que deben hacerlo. Es un gran primer paso. Que quedará en nada si no se concreta y si no vienen más. Que prevalezca la esperanza.