La clave

Ni calentón ni fatalidad

ALBERT SÁEZ

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La ultraderecha catódica lleva quince días berreando contra Podemos. La izquierda exquisita tampoco se ha quedado atrás. Una vez más, se valoran las elecciones pensando en los partidos y no en los electores. Se trata de decirle a la gente que se ha equivocado, que han votado a una formación transvestida de Bepe GrilloHugo Chavez y Bonaventura Durruti. Pero también de perdonarles la vida afirmando que lo de las europeas ha sido «un calentón». Los mismos que no vieron los peligros de la burbuja inmobiliaria ni el alcance de la crisis ni el ritmo de la desafección ahora siguen creyéndose con autoridad para pronosticar que no pasará nada.

El barómetro de Gesop ha sido una ducha de agua fría para esos voceros del Ibex-35. Porque la gente ha tenido mucha paciencia con el bipartidismo. Ya avisaron a Zapatero la noche de su victoria electoral, en 2004: «no nos falles» gritaban los jóvenes de los SMS en la puerta del PSOE. Y volvieron a la expresarse en las municipales del 2011 con aquel «no nos representan». Y ahora, finalmente, tras ocho años de crisis, seis millones de parados, millares de desahucios, el escándalo de la preferentes y el rescate de la banca, millones de ciudadanos han osado castigar la pasividad de los que han mandado  siempre con un severo correctivo. Ocho años y un ciclo electoral no parecen una improvisación.

Tendencias

La ultraderecha ataca a Podemos temerosa de que arrastre al PSOE hacia posiciones que consideran «extremistas». Ciertamente, vistos los datos es la izquierda actual la que debería preocuparse. Un 26% de los votantes del PSOE en el 2011 votarían ahora a Podemos. Y, atención, un 48% de los que optaron por IU lo harían por la nueva formación. La tendencia existe. Cualquier factor la puede cambiar.

Se equivocarían, por lo tanto, los que entiende que el final del bipartidismo es una fatalidad inevitable. En Estados Unidos, por ejemplo, donde el paro vuelve a estar en los niveles anteriores a la crisis, el bipartidismo está vivito y coleando. Claro que allí, no se les ocurriría poner de candidato a la Casa Blanca a un gobernador que jamás hubiera ganado una elección.