Netflix y el fracaso del 'procés'

La comunidad internacional rechaza este espectáculo extraño en una democracia consolidada

MARIA TITOS- 17 DICIEMBRE

MARIA TITOS- 17 DICIEMBRE / periodico

JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS

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Notoriedad y reputación no son conceptos equivalentes. El proceso soberanista es muy notorio mediáticamente y, sin embargo, carece de reputación en todos los ámbitos de los nacionalismos europeos. Una personalidad o una iniciativa acaparan reputación cuando se erigen como referencia. La intentona separatista catalana no solo no es referencia, sino un ejemplo de cómo no debe plantearse y llevarse a efecto –por unilateralidad y ruptura de la legalidad– un proceso de segregación territorial.

El hecho de que la plataforma Netflix vaya a programar en enero un documental sobre Catalunya plataforma NetflixCatalunyano responde al éxito del independentismo, sino a la rareza del fenómeno que este ha protagonizado y que ha terminado con un ruidoso fracaso. Añadiría que la mayor notoriedad que proporcionan las disputas independentistas, la huida extravagante de Puigdemont a Bélgica y los datos  extraídos de una Moleskine indiscreta aumentan el ruido que genera el procés pero agudizan, al tiempo, el histrionismo del intento. 

Los interlocutores para negociar una salida al problema no pueden ser quienes lo han creado

Huida de la experiencia catalana

Los dos últimos sondeos de opinión en el País Vasco delatan que los ciudadanos de Euskadi rechazan (58%) tanto el proceso soberanista como la declaración unilateral de independencia y que cada vez son menos (14%) los que desearían la segregación de España. El que fuera mano derecha del lendakari Ardanza, José Luis Zubizarreta, acaba de escribir en 'El Correo' de Bilbao que "la experiencia del proceso catalán debería servir (…), más que de ejemplo a seguir, tal y como algunos quieren, de escarmiento en cabeza ajena, tal y como los más prudentes sugieren". Los vascos huyen casi despavoridos de la experiencia catalana y el PNV se limita a mantener las formas con los partidos independentistas, pero allí el ambiente no puede ser más severo en la opinión que merece el aventurerismo secesionista catalán. La Cámara de Vitoria rechazó reconocer la breve consumación de la iniciativa separatista en Catalunya.

Los nacionalistas e independentistas corsos –que han barrido en las elecciones de la pasada semana– se han cuidado muy mucho de establecer diferencias insalvables con el proceso catalán. Gilles Simeoni, el líder nacionalista, ha reconocido el sentimiento de pertenencia dual de los corsos –muchos se sienten también franceses– y ha descalificado no solo procedimientos unilaterales, sino también propuestas de celebración de un referéndum de autodeterminación. Por otra parte, los italianos del norte (Véneto y Lombardía) celebraron el pasado octubre un referéndum en el que se impuso el deseo de un mayor autogobierno pero ya sin la más mínima veleidad secesionista. 

Más aún: los norirlandeses del Sinn Féin Sinn Féinse muestran contenidos en el planteamiento del denominado 'border pool', un referéndum de unificación con la República de Irlanda que podría proceder si el 'brexit' repone las fronteras entre las dos Irlandas. Por su parte, los belgas, cuyos partidos nacionalistas flamencos parecen tan concernidos por el proceso catalán, se muestran distantes de esta intentona, según la encuesta publicada por 'Le Soir' y la RTL. En Valonia y Bruselas los apoyos al Gobierno español son muy superiores a los que recaba el independentismo, y solo en Flandes se invierten los términos, siempre en porcentajes que demuestran desinterés por la cuestión. Este panorama breve del estado de opinión en sociedades con fuerte presencia de nacionalismos podría ampliarse a otras, por ejemplo a Escocia, en cuyo Parlamento solo 21 de los 63 diputados del SNP solicitaron el reconocimiento de la república catalana. 

Los electores independentistas no deberían confundir notoriedad y ruido mediático con reputación 

Frivolidad e incompetencia

Alguien sugiere piadosamente que los dirigentes independentistas pudieron ser engañados sobre la receptividad a la segregación unilateral de Catalunya por parte de algunas instancias internacionales. Si así fuese, a la frivolidad temeraria de los responsables de ERC y el PDECat se añadiría la incompetencia. Que queda aún más de manifiesto con la torpeza de articular discursos como los de Puigdemont, en los que se pronuncia como lo haría el más acreditado dirigente eurófobo de los que abundan en la extrema derecha europea, entre los que se encuentran algunos de los líderes flamencos que le acogen y secundan.

Que en Catalunya hay un problema irresuelto es indudable. Que habrá que negociarlo, también. Pero los interlocutores no pueden ser los que han creado un problema que ha adquirido un carácter penal, delictivo. Mientras, la comunidad internacional observa el espectáculo extraño en una democracia consolidada. Pero no lo aplaude. Es más: lo rechaza. Por eso los electores independentistas no deberían confundir, insisto, notoriedad y ruido mediático con reputación.