el parche

Náufragos, políticos, lectores y escritores

IOSU DE LA TORRE

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Mariano Rajoy ha conseguido que en Catalunya nazca el interés por leer el Robinson Crusoe de Daniel Defoe. En el discurso-negación al derecho a decidir empleó la isla del náufrago como metáfora de la autodeterminación condenada a la nada. La animadversión agita el consumo de novelas. La fiebre por Defoe puede crecer, pero este Sant Jordi se comprarán más las reediciones de Gabriel García Márquez, reportero de Historia de un náufrago y estudioso de las crónicas del padre de Crusoe.

El escriba que redactó la intervención del presidente del Gobierno no encontró mejor ejemplo para tan insigne lector de prensa deportiva. Con la cantidad de expresiones que ofrece este periodismo rehabilitado por Álex Botines, Patxo Unzueta, Julián García Candau y Emilio Pérez de Rozas, tuvo el amanuense de Rajoy Brei que bucear en la obra de Defoe. La cita literaria es un recurso pobre. Tras la frase tomada en préstamo al novelista o al cineasta se oculta la falta de argumentos y un exceso de vanidad, pedantería, engreimiento.

¿Conocía el negro de Rajoy que el escritor y cronista británico estuvo más cerca de Catalunya que de los Borbones en las vísperas del 1714? El presidente español quiere que dibujemos a Artur Mas con el rostro herido de Tom Hanks (Náufrago) y no con el de Peter O'Toole (Robinson Crusoe). Mejor un desaparecido que conversa con un balón de voley playa que un barbudo de ojos turquesa irrepetibles.

'Memorias de Adriano'

El náufrago que llega a la isla de la pobreza (una Catalunya sin euro, sin comercio, sin precios, lejos de Europa, de la ONU, de la OTAN, del mundo mundial, según la versión españolista) nada tiene que ver con los sueños de Antoine de Saint-Exupéry (El principito) que iluminan las noches de Artur Mas.

La búsqueda de Robinson Crusoe en las librerías esta Semana Santa devuelve aquel récord de ventas registrado con Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, en los gloriosos 80 por gracia de Felipe González. Esta era la lectura que tenía el emperador en su mesilla de noche en la Moncloa, según reveló él mismo al programa de la tele francesa Apostrophes.José Luis Rodríguez Zapatero era más de El Quijote, aunque hoy elija otras lecturas. Quizá descubrió que los molinos eran auténticos gigantes y eligió el silencio. No como la audaz Esperanza Aguirre, siempre verborreica salvo cuando la pillan en un carril bus, al confundir a José Saramago con la huérfana de palabras Sarah Mago.

La obra magna de Cervantes siempre fue un recurso en las entrevistas con estrellas del fútbol. Las de ahora no son tan pródigas en confesar pasiones como en la Transición. Entonces era un clásico que respondieran «El Quijote» en las entrevistas de Don Balón, legendario semanario que sorprendía con las declaraciones desinhibidas de Kempes Cazelli sobre amor libre o costumbres indígenas. El Matador argentino no usaba calzoncillos bajo los jeans y leía a Borges, o quizá la Biblia, igual de auxiliadora que El Quijote en los test a futbolistas sin estudios. Hoy, días de Twitter, desconocemos qué lee Messi. ¿Lee Messi? El mercado -nada es gratis- maneja el comportamiento de los consumidores a golpe de talonario. Los deportistas son viajantes multimarca.

Guardo el balón, vuelvo a los libros. Imagino un cara a cara de líderes lectores, vivos y muertos: Barack Obama con Moby Dick, de Herman Melville, y Hugo Chaves, con Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galiano. Que la batalla sirva para alimentar las ganas de leer libros. Aunque sea con Rajoy mal empleando al bendito Crusoe.