La mirada

Náufragos

EMMA RIVEROLA

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No, no me basta, dice ella mientras toma el autobús a las seis de la mañana. Ha dejado preparado el desayuno de los niños. Ellos se levantarán solos. El padre hace tiempo que hizo las maletas y fue a buscarse la vida. Diez horas de trabajo que quizá se alarguen y un sueldo de miseria que apenas da para sobrevivir… No, no me basta, dice él. De nuevo, un contrato de prácticas. Y ya van cinco. Una carrera, dos másteres y un rosario de incertidumbre…  No, no me basta, se desespera ella. 53 años. Después de más de 30 trabajando, después del despido y el paro, un trabajo temporal de auxiliar. Sería un insulto si no fuera una frágil tabla de salvación. Ya ni recuerda lo que era comprar sin hacer cuentas frente al lineal.

Sumergidos en el pozo con el agua a dos milímetros de la nariz. El espacio justo para que el oxígeno penetre por las fosas nasales, llegue a los pulmones y permita continuar viviendo. Una respiración excesivamente profunda podría colar una gota por el conducto respiratorio. Si fuera así, la epiglotis le cerraría el paso. Si el líquido superara el primer obstáculo, la tráquea protegería los pulmones y la tos intentaría expulsar el agua. Pero entonces, esta entraría a chorro. No, imposible moverse. Quietos. Paralizados. Respirar para vivir. Inmóviles para seguir respirando. Para muchos, la recuperación del empleo es la perpetuación de su miseria. Un mar de esperanzas naufragadas.