La organización de la convivencia

Naturaleza de la democracia

El civismo activo es menos llamativo que una campaña electoral, pero resulta mucho más importante

Naturaleza de la democracia_MEDIA_2

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SALVADOR Giner

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Amable lector: espero que cuando abras este diario, si no has votado, estés camino de hacerlo. Aprovecho la oportunidad para expresar algunos pensamientos sobre lo que significa para todos nosotros la fórmula para convivir pacíficamente y con dignidad que denominamos democracia. El que sigue será, pues, un artículo apartidista y neutral. No haré campaña para nadie. Según la ley, no se puede hacer el mismo día de las elecciones. Además, sería un insulto a tu inteligencia que añadiera más faramalla a un periodo electoral que ha sido bastante lamentable, con una bajísima calidad de la propaganda política. No nos merecíamos esto.

Hay que votar -aunque sea en blanco- para demostrar, cuanto menos, una confianza mínima en este sistema imperfecto y siempre mejorable que llamamos democracia. Pero hay que entender que el proceso electoral solo es un aspecto del único orden político que encaja con los pueblos civilizados. En estos se hace muy difícil instaurar aquello que sería ideal, una democracia directa y participativa. La representativa -que es la que tenemos- es de momento la solución. Pero no es toda la solución. Como la única versión plenamente satisfactoria es la de la democracia participativa y esta encuentra dificultades estructurales para realizarse (tamaño de la sociedad, complejidad de la vida moderna), mi idea fundamental es que cuanto más nos acerquemos a la democracia participativa más cerca estaremos de una vida pública digna de ciudadanos libres.

¿Y esto, cómo se hace? El primer paso es no confundir la representación política, la elección de listas electorales -si puede ser, que no sean cerradas, como ahora, sino abiertas para que cada cual elija a los candidatos que le plazcan-, con lo que es realmente el entramado de la vida democrática. La elección rígida de partidos representa consolidar a especialistas en el poder -los políticos profesionales- que tenderán siempre a constituirse en unas oligarquías permanentes, obsesionadas para permanecer en el poder o repartírselo entre ellas. Esta tendencia nefasta la llaman los sociólogos ley de bronce de la oligarquía, y se extiende a sindicatos, gremios y corporaciones. (Puede producir, en el seno de un régimen dictatorial, la creación, como por ejemplo en Corea del Norte, de una dinastía supuestamente comunista, que se transmita de padres a hijos.)

Es preciso no confundir democracia con partitocracia y ni siquiera con la existencia de elecciones libres. Ni con la existencia de un Gobierno con una oposición tan libre y legítima como él. Son fundamentales, pero son solo un aspecto del orden democrático. Hay dos elementos más, tan importantes como este: la expresión libre de la opinión ciudadana (con una prensa y unos medios de comunicación libres, una capacidad de manifestación pacífica para todo el mundo) y la participación cívica de los ciudadanos en la vida social. Esta, el civismo activo, es la tercera columna de un buen orden democrático. La participación ciudadana es menos llamativa que una campaña electoral, pero es mucho más importante.

De alguna manera, ya existe. Nuestro mundo está lleno de colectivos que defienden y promueven derechos e intereses -sindicatos, asociaciones profesionales, gremios empresariales, clubs deportivos, centros culturales- donde los miembros ejercen sus capacidades participativas. Aún más importantes -al menos moralmente- son aquellos colectivos cívicos dedicados a alguna expresión del altruismo, es decir, a mejorar de la forma más desinteresada posible las condiciones de vida de nuestros congéneres. Las oenegés dedicadas a la ayuda de los pueblos que lo necesitan, o a proteger el ambiente natural amenazado, o a reducir las injusticias ajenas, son también agentes de vida democrática. Lo son igualmente las cooperativas y la práctica de la democracia industrial y empresarial. Mejoran la calidad de la convivencia y palían los males que nos afectan a todos. Exigen un alto grado de participación, de implicación de todos sus miembros en la vida en común.

La VITALIDAD participativa de la sociedad civil es tan importante como las elecciones para medir la calidad democrática de un país. La participación activa es la esencia de la democracia, de la vida pública decente. No es fácil. Muchos no tienen mucho tiempo, pugnando para llegar a final de mes o para conseguir un empleo aceptable. Otros, solo con atender sus deberes familiares ya tienen todo el día ocupado. Queda a menudo poco tiempo para la participación cívica o para exigir una vida democrática interna en las empresas o en las organizaciones a las que pertenecen. Nada de todo esto, sin embargo, es un argumento suficiente. Una vida colectiva aceptablemente decente se produce solo en aquellos países donde la democracia es parte esencial del entramado de la vida de cada día, y en todas partes. No solo en el Gobierno y en los partidos políticos, sino para toda la sociedad civil.

Presidente del Institut d'Estudis Catalans.