La clave

Narrar la propia muerte

ALBERT SÁEZ

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El escritor y neurólogo Oliver Sacks publicó este miércoles un artículo en The New York Times anunciando su propia muerte. A modo de despedida explicaba que le han detectado una metástasis en el hígado, consecuencia de un melanoma ocular al que ha sobrevivido durante nueve años. No es fácil el reto que se ha impuesto Sacks. Me recordó un ejercicio que proponía mi colega Francesc-Marc Álvaro a los estudiantes de periodismo, consistente en redactar una noticia sobre su propio funeral. No se trata de ninguna propuesta relacionada con el arte necrológico, sino de reconocer la naturaleza narrativa de eso que llamamos ser humano.

El texto de Sacks impresiona. En primer lugar por la entereza de sus palabras, en las que no esconde el miedo que siente pero en las que describe con precisión cuáles son sus expectativas en los próximos meses tanto desde el punto de vista físico como psíquico. Sorprende igualmente su capacidad de rendir homenaje a sus lectores, con quienes asegura haber mantenido una «relación» durante años.

La ciencia ayuda

Posiblemente, muchos de nosotros hemos vivido en nuestro entorno testimonios tan impresionantes como el de Sacks o incluso más. Lentamente, la ciencia resuelve una de las principales dificultades humanas para afrontar la muerte: su imprevisibilidad. Actualmente, los diagnósticos en determinadas patologías pueden ser tan precisos como quieran los pacientes y sus familiares. Se trata de tener el suficiente coraje y la necesaria valentía para mirar la muerte cara a cara como ha hecho Sacks. O como hizo hace unas semanas Dolors en el arriesgado programa No serà fàcil de TV-3.

Algo cambia en la percepción de la muerte en nuestra cultura. Seguimos escondiéndola y alejándola de nuestros hogares en gélidas salas de hospital, en residencias terminales y en tanatorios inquietantes, pero a la vez perdemos el miedo a narrar nuestra muerte, a imaginar nuestros últimos meses, a protegernos de sufrimientos estériles, a dejar establecidas nuestras voluntades. Lentamente, aprendemos a aceptar que hay que vivir sabiendo que morirás.