La rueda

Narciso en la playa

NAJAT EL HACHMI

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Son tres o cuatro chicas juntas que estiran el brazo que sujeta el palo para hacerse la foto. No se retratan unas a  otras en lo que sería un sano ejercicio de mirar a la amiga a través del objetivo, sino que encadenan un selfi detrás de otro selfi, solas o en grupo. Hacen posturas que han aprendido en la televisión, en las revistas o en internet. Son disposiciones corporales que no tienen otra finalidad que la de satisfacer al móvil que está al final del palo. Hacen morritos, miran la pantalla como si miraran a su enamorado, pero es a ellas mismas a quien dirigen sus insinuaciones y las poses seductoras.

Mientras Narciso las acecha desde el otro lado del cristal y ríe viendo cómo la humanidad entera, en busca de un 'me gusta', cae en su trampa. De fondo de la escena un mar calmado cuyos azules ya nadie intenta describir, aunque este sea exactamente el lugar donde Pla sudó cada adjetivo que encontró para representarlo. Un mar que se ha convertido en atrezo porque las chicas no lo ven, únicamente aprecian y valoran el color una vez ya hecha la foto, tal vez después de pasar el filtro pertinente.

Narciso ríe y las chicas no miran el paisaje, ni el mar ni las antiguas casetas de pescadores, ahora propiedad de quien se las puede permitir, ni ven el verde del pineda de más allá. No parece tampoco que huelan los olores que las rodean, tienen trabajo para encontrar el ángulo perfecto, el arco adecuado de la espalda que haga sobresalir suficientemente el culo pero no la barriga.

La fotografía ha dejado de ser aquel intento de captar el instante preciso, sobre todo el de la felicidad, siempre pasajero. Ahora la fotografía se ha convertido en el puro y simple simulacro de aquella felicidad que se quería retener. Quizá es que las chicas ya lo saben, no como a mí me ocurre, que el esfuerzo para capturar el tiempo es del todo inútil.