LA JORNADA DE LIGA

Nada es como Anoeta

La alineación provocó tembleques entre muchos culés, pero esta vez se rompió el tabú y al fin nadie se hizo daño

DAVID TORRAS

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A la que se cantó la alineación y se echó en falta el nombre del padre, a muchos culés, la mayoría, les entró el tembleque, un ay, ay, ay fuera de la común con cualquiera que no sea Messi. Así que la cuenta atrás se hizo muy larga, no solo por la inquietud que despierta un once sin el 10 sino por las cuestiones colaterales de esa decisión. El efecto inmediato fue una regresión. El Calderón quedó engullido por el recuerdo de otro escenario que se mantiene en la memoria con sensaciones contradictorias: Anoeta. Ahí empezó todo, que diría Piqué, hasta concluir con el triplete, pero aquella crisis estuvo también a punto de acabar con todo. Conocida la historia, mejor ahorrarse una segunda parte.

Ya no se trataba de temer por el partido ante la ausencia de Leo sino, sobre todo, de saber si iba a sentarse en el banquillo sin poner mala cara. En el fondo, todo el mundo quiso imaginar la misma escena: Luis Enrique Messi charlando tranquilamente. Una conversación del tipo: «¿Qué te parece si no juegas de entrada?». Que si Argentina, que si Mateo, que si no has entrenado..., en fin, la lógica que vale para cualquiera menos para Messi.

Y esa escena se produjo, tal como reveló Luis Enrique en contra de su norma de no explicar las cosas internas del vestuario. El asunto merecía una excepción porque con Messi por medio todo es excepcional, y no era cuestión de dejar dudas en el aire. Así que se rompió el tabú, la imagen que casi todo el mundo daba por hecho que nunca más se volvería a ver y mucho menos en un partido grande, y nadie se hizo daño. No hay mejor noticia que la normalidad de una decisión tan natural.

Anoche todo estuvo muy lejos de lo que fue Anoeta porque este Barça está muy lejos de aquel. La primera visión de Messi en el banquillo, relajado, sonriente, ya mereció una celebración. No había nada que temer y solo era cuestión de esperar que entrara en acción. Salió caminando, tan pancho, sin el ímpetu que muestra cualquier suplente cuando le llega el turno. No tenía prisa, pero a la que se puso en marcha ya nada fue igual y se acabaron de desvanecer todos los miedos. Media hora de Messi vale más que todo el tiempo de la mayoría, igual que el gol vale por los cinco de Cristiano por más que los celebren en Madrid y ya sirvan para que algunos reabran el debate del Balón de Oro. Si acaso que pidan a la FIFA, donde tienen más mano que el Barça, que las votaciones se reduzcan a la jornada de ayer para que Cristiano pueda pegar otro berrido. Pero, incluso así, saben que Messi es el mejor.

El 10 marcó la diferencia, pero no estuvo solo. El Barça de Luis Enrique no dejó de pelear. Contra el Atlético y contra Mateu, el amigo de Mourinho al que tal vez añora en Inglaterra ahora que lo pierde todo. No le iría mal que le echara una mano. Al

Barça no se la echa nunca. Ayer, otra vez, intentó meterle mano y no pitó ni una. Le sobró Messi.