Editorial
El MWC y las reglas de internet
Barcelona culmina con el éxito esperado el congreso, presidido por el debate sobre la neutralidad de la red
No es preciso esperar a que el Mobile World Congress (MWC) baje hoy el telón para poder afirmar con rotundidad que esta décima edición ha tenido sobradamente el éxito que se esperaba. La madurez de un congreso que es mucho más que una exhibición de novedades tecnológicas ha quedado ratificada esta semana, y Barcelona ha vuelto a recoger los frutos -materiales e inmateriales, pero en todo caso tangibles- de un trabajo paciente y continuado que contribuye poderosamente a la consolidación internacional de la ciudad. Los pocos detractores del evento no han encontrado apenas eco en una sociedad, la nuestra, proclive a la crítica, y esa es quizá la mejor prueba del acierto de la apuesta por el MWC.
El congreso ha confirmado que Barcelona integra, junto con San Francisco y Berlín, la vanguardia de citas tecnológicas mundiales. Pero con la diferencia de que el MWC ya no es solo una excelente plataforma para exhibir los últimos productos de la industria y los operadores digitales, sino el foro donde exponen y confrontan sus ideas los grandes capitanes de internet, representantes de compañías y servicios con intereses distintos y a veces abiertamente contrapuestos. El debate es de enorme importancia, porque la red es ya desde hace años una herramienta imprescindible para el funcionamiento de la sociedad, y su consideración de servicio esencial debe reforzarse cuando la llamada internet de las cosas (el control telemático de infinidad de objetos y funciones de la vida cotidiana) es una realidad que se multiplica a pasos agigantados.
Apenas cuatro días antes del inicio del MWC, la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) de Estados Unidos, el país donde se inventó internet, tomó una decisión trascendental en este sentido: ratificó que internet es un servicio de telecomunicaciones y no un servicio de información. Lo que equivale a denegar la reiterada pretensión de las compañías telefónicas de establecer dos niveles de velocidad y pago en la red para así cobrar más a los grandes proveedores de contenidos, de los que Google sería el exponente más claro. Si EEUU, paradigma del liberalismo económico, aboga por la neutralidad de la red, los fundamentalistas del libre mercado quedan muy debilitados.
El presidente de la FCC, Tom Wheeler, ha explicado estos días en Barcelona que mantener una internet abierta, de una sola velocidad, es necesario para la innovación y es compatible con los beneficios de las operadoras. En boca de un antiguo lobista de compañías de telecomunicaciones, esta afirmación debería convencer a las empresas telefónicas, que replican subrayando que solo en Europa invirtieron el año pasado 60.000 millones de euros que deben rentabilizar. Pero es difícil sustraerse a la impresión de que el nudo del problema es que, en general, a las operadoras les ha faltado talento para ofrecer contenidos atractivos a los clientes de sus redes, de forma que han sido iniciativas emergentes de internet las que, con un ingenio muchas veces revolucionario, han explotado adecuadamente las inmensas posibilidades que les ofrecía el mercado.
Las compañías telefónicas fueron las que tendieron -y tienden- las redes, y eso les daba una ventaja que no supieron aprovechar adecuadamente. Es comprensible que ahora contemplen con disgusto los enormes beneficios que obtienen algunas empresas (de nuevo Google) que ofrecen servicios (gratuitos o no) al usuario a través de esas redes. Pero la igualdad de oportunidades obliga a las operadoras, si quieren revertir la situación actual, a usar las armas de la competitividad y no las de la ventaja administrativa. Y si bien es cierto que las inversiones que deben afrontar son astronómicas, ninguna duda hay de que si un sector de la economía tiene un futuro sólido es el de las comunicaciones por internet, un servicio que -conviene recordarlo- en ningún caso es gratuito. Que las compañías estén trabajando ya en la telefonía móvil 5G cuando la 4G aún se está desplegando es la demostración palmaria. El debate seguirá abierto, y sin duda Barcelona volverá a ser testigo privilegiado de él en el MWC del 2016.
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