Dos miradas

El MWC y yo

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Solo ha pasado un día y solo han llegado las primeras novedades, pero confieso que ya no puedo resistir más el ritmo del Mobile World Congress. Es en momentos así cuando te das cuenta de que cualquier intento de perseguir el futuro es en vano, cuando envidias a los privilegiados que han renunciado a cualquier novedad tecnológica y viven en un mundo feliz sin conexiones ni fiebres ni colas para adquirir los últimos inventos. Me he agobiado al ver relojes tradicionales que de tradicionales solo tienen la carcasa. Sirven para enviar mensajes, para calcular las pulsaciones cardíacas, para informarte sobre si estás quieto o si andas, para llamar, para conectarse a internet. Y, muy probablemente, para saber la hora. Son los portables, que parece ser que es -este concepto- la piedra de toque de la feria. Y más cosas. Luminarias y aparatos planos y pantallas más grandes o más pequeñas y vínculos con no sé quién y aplicaciones para hacer no sé qué o para llegar no se sabe dónde.

En el cansancio que acumulo después del primer día (y con el deseo confeso de volver a la arcadia feliz de las señales de humo, los silbidos o los silencios elocuentes) me topo con una pulsera que proyecta sobre la piel la interfaz del móvil. Es decir, puedes contestar whats o hacer una llamada o escribir un mensaje o consultar el correo con pequeñas presiones sobre el brazo, que se convierte en teclado virtual. La de erupciones y problemas cutáneos que habrá en ese futuro que no veré.