LOS SÁBADOS, CIENCIA

Museos: cambiar de lenguaje

La expresión museográfica apenas se ha movido en los últimos siglos pese a los avances tecnológicos

JORGE WAGENSBERG

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Todo conocimiento que pretenda comprender un pedazo de realidad se obtiene con un método y se expresa con un lenguaje. La ciencia cambia sobre todo cuando cambia el contenido. Es lo que diferencia a la mecánica clásica (cuerpos no demasiado pequeños ni demasiado rápidos) de la mecánica cuántica (cuerpos muy pequeños), a la zoología (animales) de la botánica (plantas) o a la oftalmología (el ojo) de la nefrología (el riñón).

Cada disciplina científica echa mano del lenguaje más eficaz y eficiente que puede encontrar, pero nadie se ofende por el hecho de que a una nueva teoría le baste con un lenguaje que ya ha triunfado en otras épocas y menesteres. La teoría especial de la relatividad, por ejemplo, revolucionó el contenido de la física con un lenguaje matemático bien conocido y reconocido.

EL ARTE ES una clase de conocimiento distinto, pero con interesantes coincidencias con la ciencia. Por ejemplo, el arte no renuncia a comprender la realidad y, como aquella, también tiende a evocar lo máximo con lo mínimo. En contraste, el arte cambia sobre todo cuando cambia el lenguaje. El arte se clasifica por lenguajes (pintura, escultura, música…) y el lenguaje es lo que usan los historiadores y críticos de arte para entenderse (rupestre, renacimiento, impresionismo, cubismo…). Cada artista busca el lenguaje que le distingue y le identifica, pero nadie se escandaliza si acude a temas recurrentes de la historia del arte. ¿Cuántos de estos temas se suceden, por ejemplo, en la historia de la pintura? La condición humana es el gran contenido, el tema de todos los temas. Sin embargo, a un compositor contemporáneo difícilmente se le ocurrirá presentar la partitura de un concierto de violín escrito en lenguaje barroco o romántico. Un joven pintor de hoy tampoco propondrá una exposición de pintura impresionista.

El espíritu de los tiempos mueve sin cesar los contenidos y los lenguajes de la ciencia y del arte, pero se diría que en ciencia el contenido tira del lenguaje, mientras que en arte es más bien el lenguaje el que tira de los contenidos.

Toda nueva tecnología permite acceder a nuevos contenidos y da pie a nuevos lenguajes, por lo que también equivale a abrir un ventanal a una nueva era para la creación de conocimiento. Ciencia y tecnología se nutren y estimulan la una a la otra sin cesar, por lo que es muy difícil tomarse en serio el fin del arte (Georg W. F. Hegel), el fin de la historia (Francis Fukuyama) o el fin de la ciencia (John Hargan). La tecnología puede irrumpir en escena con nuevas posibilidades de observar y de comprender, pero los nuevos lenguajes necesitan su tiempo para madurar.

Los primeros automóviles fueron carrozas con un motor atornillado en el hueco que habían dejado los caballos. El cine mudo dudó antes de dejar de ser teatro filmado y el cine sonoro exploró lo suyo antes de lucirse con el sonido; el lenguaje de la arquitectura ha podido reinventarse con el hormigón armado y con las técnicas de cálculo y visualización de formas… No se trata de añadir pedazos de tecnología fresca a un lenguaje antiguo, sino de inventar un nuevo lenguaje que saque partido de la nueva tecnología. Sustituir la madera o el hierro por el hormigón para diseñar la misma vivienda es una aplicación banal; imaginar y construir formas o estructuras antes impensables es reinventar el lenguaje. Pueden tardar más o tardar menos, pero algunas disciplinas del conocimiento parecen especialmente perezosas con la renovación de sus lenguajes.

Los museos son un caso bien curioso. Ya etimológicamente la palabra museo procede de musa, como música, como mosaico: es el espacio de encuentro para la inspiración. Existen museos dedicados a los temas más diversos: museos de arte, museos de ciencia, museos de antropología, museos de la ciudad, museos de historia… Y museos bien especializados: museo del agua, museo del juguete, museo del papel… En todos ellos brillan hoy las innovaciones tecnológicas más variadas: pantallas de plasma gigantes, hologramas, imágenes en 3D y 4D, alta definición, conexiones de todo tipo a internet, aplicaciones de telefonía inteligente, hipertextos telescópicos, simulaciones de toda índole, realidad virtual, realidad aumentada.

Sin embargo, y a pesar de todas esas innovaciones deslumbrantes, el lenguaje museográfico apenas se ha movido en los últimos siglos. Ninguna de tales innovaciones es en sí misma palabra de museo. Esta es siempre un pedazo de realidad: un objeto, un fenómeno o una metáfora, y son las innumerables combinaciones de objetos, fenómenos y metáforas las que, gracias a las nuevas tecnologías, pueden edificar un nuevo lenguaje con el que contar una buena historia, una historia cuya emoción y gozo intelectual no se puede reemplazar por algo que no sea la visita física al museo. Tal es el reto.