Al contrataque

Musaka griega

OLGA MERINO

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Las cosas de la economía suelen organizarse por capas, como la musaka, un plato griego muy parecido a la lasaña. Se elabora superponiendo pisos de berenjena, salsa de tomate, carne picada y así hasta el queso rallado para el gratén. De esta forma, cuando a los de a pie nos hablan de economía, solo entendemos lo que sucede en la capa inferior, la de la berenjena; es decir, el culo de la bandeja, un estrato donde las variables para calibrar cómo está el patio son muy claras: que tu hermano haya perdido el trabajo, el sablazo del recibo eléctrico o la lista de espera para una operación de cadera.

De poco sirve que a los griegos les cuenten la milonga de que mejoran los datos macroeconómicos -el piso superior, el de la bechamel y el parmesano- y que se ha reducido el déficit. Si la austeridad ha logrado estabilizar el país y mantenerlo en la órbita del euro, ha sido mediante el pago de un precio altísimo, demoledor: más paro, más sopa de beneficencia y una sanidad pública destruida; solo chuta el turismo. La receta alemana, basada en la ortodoxia económica luterana, no ha funcionado: si antes de la crisis el nivel de pobreza estaba en el 23%, ahora ya alcanza al 40,5% de la población.

En mitad de la catástrofe, la troika sigue exigiendo más agujeros del cinturón para servir una deuda descomunal. ¿Peor? Imposible. Así que los griegos -de perdidos, al río- parecen decantarse por la única opción que les brinda algo de esperanza: el partido de izquierda radical Syriza, que encabeza todas las encuestas cara a las elecciones legislativas del próximo 25 de enero. Y hete aquí que ya se ha desatado toda la caballería del apocalipsis.

El milagro alemán

Tampoco parece tan descabellado ni tan revolucionario lo que proponen Syriza y su líder, Alexis Tsipras. Nadie ha hablado de salir del euro ni de liarla parda. Simplemente, de equilibrar presupuestos, luchar contra el paro mediante programas públicos y renegociar la deuda. Sin ir más lejos, hubo que hacerlo con las brutales indemnizaciones de guerra impuestas a Alemania tras la segunda contienda mundial (con qué facilidad se olvidan los documentales de La 2 y El 33). Parte del milagro económico alemán viene de la Conferencia de Londres de 1953, que condonó una buena tajada de la deuda.

El griego Aristóteles dio una muy fina definición de democracia: «En la democracia el ciudadano no está obligado a obedecer a cualquiera; o si obedece, es a condición de mandar él a su vez; y he aquí cómo en este sistema se concilia la libertad con la igualdad». Pues eso, que sean los griegos, sin injerencias, quienes manden, quienes acierten o se equivoquen en las urnas. Pero sería hermoso imaginar que el regreso a la Europa de los pueblos -no la de los bancos- arranca desde abajo. Desde la capa de berenjena.