ANÁLISIS
El mundo y la paz de Colombia
El acuerdo requerirá varias generaciones dispuestas a concretarlo a través de reformas sociales, políticas o económicas aplazadas por décadas
Jorge Cardona
Editor general de 'El Espectador'
JORGE CARDONA
Hace 34 años en Colombia, el presidente Belisario Betancur cambió la perspectiva frente a los grupos guerrilleros que llevaban dos décadas combatiendo al Estado. En vez de persistir en la acción de las Fuerzas Armadas, apostó a una solución negociada. La iniciativa no prosperó, pero esa semilla de diálogo fue el inaplazable legado de los siguientes gobiernos. Desde entonces, todos intentaron la senda política. Por eso el acuerdo que firman este 26 de septiembre el Gobierno de Santos y las FARC en Cartagena, primero constituye la sumatoria de un largo proceso de paz con varias estaciones.
Un pacto con significado histórico también en el plano internacional porque representa uno de los últimos capítulos de la guerra fría que se inventaron Estados Unidos y la Unión Soviética cuando Hitler cayó en 1945. Aunque Colombia ya sufría los estragos de una devastadora violencia partidista y crecía el antagonismo del Estado con indígenas, obreros, campesinos o ciudadanos inconformes, clasificados en la doctrina militar como “enemigo interno”, el orden mundial fue decisivo para exacerbar la crisis. Por eso Estados Unidos, Cuba, Venezuela, América entera sabe que es una paz compartida.
El acuerdo es un camino nuevo para todos, pero requiere varias generaciones dispuestas a concretarlo. A través de reformas sociales, políticas o económicas aplazadas por décadas, y miles de víctimas que reclaman verdad o reparación en ambos frentes de guerra para pasar dignamente su página. Esa es la verdadera garantía de no repetición. El tránsito por la justicia transicional que deberá detenerse a evaluar los graves crímenes perpetrados. No es un derrotero fácil. Menos con el narcotráfico activo que dio combustible a la guerra, involucró a otras naciones y es hoy el mayor obstáculo.
Sin embargo, el peso de la historia urgía una vuelta de tuerca y, como lo destacó el presidente Santos ante la Asamblea de las Naciones Unidas, “hay una guerra menos en el planeta, la de Colombia”. Algún día tenía que terminar. En la memoria de la nación queda una dolorosa secuencia. De secuestros, asesinatos o desapariciones forzadas que desintegraron a miles de familias y comunidades; del exterminio de la Unión Patriótica entre centenares de crímenes políticos; de paramilitares que patentaron su barbarie a través de masacres; de decenas de pueblos sometidos al desplazamiento, el imperio cocalero o el despojo.
Cuatro años duró la negociación y, además de la voluntad del gobierno y las FARC, desde el comienzo fue determinante el respaldo internacional. De Venezuela y Chile como facilitadores. De Cuba y Noruega como garantes. De Estados Unidos o la Unión Europea cuando vieron señales creíbles. De la Organización de las Naciones Unidas o el Comité Internacional de la Cruz Roja en temas logísticos o debates de fondo. De muchas otras naciones y organizaciones que ahora saludan y anuncian compromisos para que la paz se afiance en la esquina noroccidental de América del Sur.
PALABRA FINAL
El acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera consta de 297 páginas. Un pacto agrario que plantea una reforma rural integral. Una apertura democrática con garantías para la oposición, pluralismo político, visión de género o derechos para las minorías. Nuevas reglas para buscar una salida al problema de las drogas ilícitas. El acuerdo sobre las víctimas con una jurisdicción especial y mínimos de justicia para guerrilleros, militares o civiles. Y un compilado de asuntos para verificación del cese al fuego, concentración de tropas o dejación de armas.
En otras palabras, un desafío que compromete a los poderes públicos, los organismos de control, las organizaciones civiles y hasta a las Fuerzas Militares. El escenario del posconflicto que necesariamente pasará por el filtro de la polarización política. De hecho, son las contradicciones que alimentan la controversia del presente. Salta a la vista que todavía no hay pleno consenso frente a la paz y que aún subsisten muchas heridas que no se han cerrado. Por eso, la palabra final es la de las víctimas y serán ellas las que determinarán si hicieron parte de la reconstrucción de Colombia.
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