El mundo a nuestra medida

Tras unas elecciones, nunca ganan los que yo esperaba. En cambio, se dan mayorías absolutas que no vaticinaban ni los canales que veo, ni los periódicos que leo, ni mi timeline de Twitter, ni los sondeos que consulto (no soy catalana, me permiten consultar). Según las conversaciones con familia y amigos, arrasarían los partidos de izquierdas, y las porciones del PP, el PSOE y CiU no darían ni para un quesito de La vaca que ríe.

Las redes sociales refuerzan ese pequeño mundo en el que quiere vivir cada uno. Del mismo modo que suele escuchar una radio afín a sus ideas, también sigue a esos usuarios con los que va a entenderse (o con los que podrá meterse, buscando la complicidad de sus seguidores). Algunos medios fichan a sus colaboradores dependiendo del éxito y el ingenio que tengan en Twitter. Con lo cual, muchos procuran llamar la atención para que se fijen en ellos. Todo se polariza.

Cuando estás en el meollo, cuesta ver más allá. El entusiasmo genera ilusión, y su apoyo, expectativas. El deseo de que ocurra algo es tan intenso que uno se sitúa en la inminencia, en lo que va a suceder. Ese convencimiento asusta a otros, que se apresuran a evitarlo. Cameron voló a Escocia para negociar a última hora, mientras que todo el mundo ve lo que está haciendo (o no haciendo) Rajoy.

Según unos medios, Mas alimenta unas expectativas aun a sabiendas de que no se cumplirán para desacreditar al Gobierno español; según otros, Rajoy humilla y coarta a los catalanes. Personalizan un conflicto que no debería serlo. Las expectativas pueden decepcionar, la ilusión no. Por eso, mientras no se vote, la política se basa en hipótesis. Una consulta tendría resultados imprevistos dependiendo del pequeño mundo de cada uno. Pero reflejaría la realidad, que es el terreno en el que debe moverse cualquier gobierno.