Una decisión eclesial para la historia

Mujeres en el altar

La Iglesia anglicana ha dado a la católica otro ejemplo de apertura al permitir ordenación de obispas

JUAN JOSÉ TAMAYO

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Dos escenas religiosas diferentes, dos imágenes distintas de mujeres. 7 de noviembre del 2010: en torno a 250.000 personas aclaman al papa Benedicto XVI por las calles de Barcelona. Misa solemne presidida por el papa Benedicto XVI en la iglesia de la Sagrada Família, con presencia de los Reyes de España. Acompañan al Papa cardenales, arzobispos, obispos, clero, ¡todos varones! El Papa procede a la consagración del templo ungiendo el altar con crisma e incensiándolo alrededor. Se ha vertido aceite en el suelo que es necesario limpiar. De inmediato aparecen siete religiosas pertenecientes a las Auxiliares Parroquiales de Cristo Sacerdote, quienes se agachan para limpiar las gotas de aceite y preparan el altar para la celebración, mientras los varones contemplan la escena sin prestarles ayuda. Luego ellas abandonan el altar. Su función ha terminado.

La escena dio la vuelta al mundo y causó estupor, más aún, consternación e indignación por la falta de paridad, la irrelevancia y la discriminación de las mujeres en la Iglesia católica. Situación que nada tiene que ver con la paridad entre hombres y mujeres que practicó Jesús de Nazaret y que se vivió en las primeras comunidades cristianas. Las monjas, empero, dijeron sentirse felices por haber prestado ese servicio en un momento tan solemne.

11 de septiembre de 1992: el Sínodo General de la Iglesia de Inglaterra aprueba la ordenación sacerdotal de mujeres. Pueden acceder las mujeres al altar pero no para prepararlo para el culto, sino para presidir la eucaristía. Otras provincias de la Comunión Anglicana comenzaron a incorporar a las mujeres al ministerio sacerdotal a partir de la década de los 70 del siglo pasado.

Posteriormente se planteó el debate en torno al acceso de las mujeres al episcopado y varias provincias de la Comunión dieron el paso definitivo y ordenaron a mujeres obispo: Escocia, Irlanda del Norte, EEUU, Canadá, Australia... El Sínodo de la Iglesia de Inglaterra, sin embargo, se resistió a tomar la decisión última. Hubo un intento en el 2102, que fracasó por la negativa de los representantes de los sectores laicos. Finalmente se han vencido las resistencias y el Sínodo reunido en la ciudad de York acaba de dar su aprobación para que las mujeres puedan ser obispas por una abrumadora mayoría de los tres sectores sinodales. Tan trascendental decisión cuenta, además, con el apoyo del 74% de los anglicanos. El primero en felicitarse ha sido el arzobispo de Canterbury, quien ha declarado la efemérides en que se aprobó como «un día para la historia» y no ve lejana la posibilidad de que una mujer sea arzobispa de Canterbury. No es este un gesto aislado de la Iglesia anglicana en el camino hacia la inclusión efectiva. Desde hace varias décadas camina en esa dirección dando pasos firmes y sin vuelta atrás en la construcción de una Iglesia inclusiva. Junto a la incorporación de las mujeres en el ejercicio de los ministerios sacerdotal y episcopal, en las funciones directivas y en la elaboración de la doctrina teológica y moral, hay que valorar también muy positivamente el respeto y el reconocimiento a las diferentes identidades sexuales.

Los gais y las lesbianas forman parte de la comunión eclesial entre los anglicanos. Se bendicen los matrimonios homosexuales. La ordenación sacerdotal y episcopal no se limita a las personas heterosexuales, como sucede en la Iglesia católica, sino que se extiende a otras identidades sexuales. Se celebran uniones matrimoniales entre los clérigos homosexuales.

Una característica de la Comunión Anglicana es el elevado grado de autonomía en las diferentes provincias, lo que conlleva un importante nivel de creatividad y un amplio pluralismo, en sintonía con la autonomía, la creatividad y el pluralismo en las comunidades cristianas de los orígenes.

Cada paso que ha dado hacia una Iglesia más abierta e inclusiva no ha sido fruto de un decreto de la cúpula episcopal, sino que tiene lugar a través de un proceso de diálogo, del debate abierto, incluso de la confrontación, siempre con luz y taquígrafos, democráticamente, respetando en todo caso a los discrepantes.

No creamos, sin embargo, que la Iglesia anglicana vive una situación angelical. Los pasos dados hacia adelante con frecuencia provocan oposición, resistencias y hasta rupturas. Pero los problemas no la llevan al estancamiento en posiciones de carácter discriminatorio y excluyentes, sino a buscar soluciones por la vía de la paridad, respetando las opciones de tintes más conservadores.

Me parece un ejemplo a seguir por la Iglesia católica, donde las mujeres y los homosexuales siguen viviendo una situación de auténtica segregación.