Vida, duelo y literatura

La muerte, aquí y ahora

En mi vida cotidiana, Carles Capdevila aún no ha muerto. Cuando quiero, tecleo su nombre y puedo ver cómo habla, gesticula, se ríe

CARLES CAPDEVILA

CARLES CAPDEVILA / periodico

JENN DÍAZ

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La muerte me pide silencio, al principio. La muerte de Carles Capdevila me pilló, pese a su enfermedad, por sorpresa. Y unos días más tarde todavía seguía asombrada. Quizá por eso aún no había escrito sobre ello. Me parecía que a nuestro alrededor todos lo habían comprendido, y yo, que ni siquiera puedo echarlo de menos en mi día a día porque no convivía físicamente con él, seguía pasmada. De modo que es así –me digo–, ya está, se ha muerto, a partir de ahora oiremos hablar de él, leeremos lo que nos quieran contar de él, pero ya nunca nos hablará él. Pero no es cierto. 

Hace unos años, cuando murió un tío de mi padre muy querido por todos en la familia –quizá la única muerte cercana, importante en mi vida–, quizá lo comprendí mejor. La gente lloraba a mi alrededor, se quejaba con pequeños gemidos, se abanicaban unos a otros, y de vez en cuando alguien recordaba alguna cosa amable o simpática de mi tío. Era confuso para mí, que todavía era una niña, pero lo comprendía mejor que ahora.

El vacío que me dejó durante días la muerte de Carles Capdevila me sobrecogía. De vez en cuando me descubría a mí misma dedicándole unos minutos a él, a su familia, a su vida, a su profesión. Y al momento me lanzaba a la red a buscar alguna charla sobre educación que dio. De modo que es así, me sigo diciendo. ¿No es rara la muerte? El mismo día que Carles murió me entrevisté con Nuria, una estudiante de la Universidad de Sevilla. Me preguntaba por qué tanto protagonismo de la muerte en mi literatura. Intenté decir algo razonable, y caí en la cuenta de que aún no han muerto las personas que más quiero. Le hablé de Carles, de mi conmoción, y de mi extrañeza.

Es muy difícil aceptar la muerte de alguien en la era digital. En mi vida cotidiana, Carles aún no ha muerto. Cuando quiero, tecleo su nombre y puedo ver cómo habla, gesticula, se ríe. ¿No es más rara la muerte ahora? Sigo sin verle a diario, pero todo cuanto dijo en vida puedo recuperarlo. Cómo no escribir de la muerte, si es lo más absurdo e inexplicable que puede ocurrirnos. ¿No se ocupa de eso, principalmente, la literatura?