La labor solidaria de las oenegés

MSF: cuatro décadas de tenacidad

El ataque al hospital de Médicos sin Fronteras resucita la desprotección de las entidades humanitarias

PERE VILANOVA

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A raíz del bombardeo mortal de EEUU sobre el hospital de Médicos sin Fronteras (MSF) en Kunduz (Afganistán), vuelve a plantearse la desprotección de las organizaciones humanitarias en zonas de conflicto, en este caso con 22 muertos entre pacientes y sanitarios. Hay que volver la vista atrás para honrar a los voluntarios de esta y otras organizaciones parecidas, desde MSF al Comité Internacional de la Cruz Roja, Médicos del Mundo, ACNUR y otras. ¿Quién recuerda la guerra de Biafra? Pueden echar una ojeada al horror en internet (por ejemplo, Biafra Guerra 1967), pero no es agradable. Esta provincia suroriental de Nigeria, intentó la secesión en 1967, la guerra duró tres años y provocó un antes y un después en la acción humanitaria de emergencia.

En 1968, en dicha guerra civil que enfrentaba a la minoría Ibo contra el gobierno central, se produce el detonante de un proceso que no se ha detenido. El ejemplo es útil, por cuanto la guerra de Biafra nunca «existió» desde el derecho internacional, aunque se calcula que costó un millón de víctimas y una de las hambrunas inducidas más grandes desde 1945. Cruz Roja y Cáritas llevaron a cabo un gran trabajo, hasta que el Gobierno de Nigeria les prohibió operar sobre el terreno. Daba mala imagen. Poco antes de esta prohibición, el CICR reclutó en Francia a un grupo de médicos y, como es habitual en estos casos, les hizo firmar un documento por el que sellaban su compromiso de neutralidad y silencio total. Pero lo que vieron y vivieron sobre el terreno les provocó una reacción que rompía las reglas de Cruz Roja: no se podía callar ante la magnitud del genocidio. Empezaba así la acción humanitaria comprometida políticamente. No en el sentido de apoyar a tal o cual gobierno, ni menos aún a tal o cual partido o dirigente. Se trataba de intervenir sobre el terreno, ayudar a los necesitados y, además, dar testimonio y agitar a la opinión pública para presionar a los gobiernos y organizaciones internacionales. En otras palabras, hacer lo que Cruz Roja había iniciado un siglo antes, cuando la emblemática organización ya no podía hacerlo por el encorsetamiento del derecho internacional.

Se abría el debate sobre el derecho / deber de injerencia humanitaria. De esta crisis nace en 1971 Médicos sin Fronteras y desde entonces, más de 40 años después, han seguido trabajando sobre el terreno sin esperar a que los debates se cierren y sin dejarse acorralar por la rigidez del principio de soberanía de los estados y el principio de no injerencia en sus asuntos internos. Son dos principios esenciales del derecho internacional vigente, y dos principios que, en consecuencia, la ONU recoge y asume plenamente. Tienen la ventaja de que son aceptados por todos los estados del mundo, y por ello generan consenso en la escena internacional. Tienen el grave inconveniente de que limitan mucho la capacidad de intervenir desde fuera en casos en que es flagrante y urgente la acción humanitaria. Y, sobre todo, protegen más a los estados que a los seres humanos víctimas de atrocidades. Pero es lo que hay. Hay muchas situaciones en las que las instituciones oficiales de Naciones Unidas se ven reducidas a la impotencia. Las oenegés de nuevo tipo, básicamente de asistencia médica, intentan tomar el relevo. MSF fue la primera, nació en Francia, pero pronto tuvo ramificaciones en Bélgica, España, Holanda y otros países. Después vino el resto: Médecins du Monde (MDM), Aide Médicale Internationale, Association Internationale contre la Faim, y otras parecidas, de las que en España hay ahora buena muestra.

Las hemos visto en casi todas partes. En territorios kurdos repartidos entre varios estados, para defender a la población; en Afganistán, para socorrer a las víctimas de una interminable secuencia de guerras; fue legendaria la labor de MSF en aquel país cuando la guerra de los soviéticos, en los 80; en Etiopía y en Eritrea, enfrentándose a los gobiernos de Mengistu y siguientes, para denunciar la manipulación y expolio de la ayuda humanitaria que en grandes cantidades llegaba al país, pero no a sus destinatarios; en Líbano, en la guerra civil de 1975 a 1990, cuando la invasión de Beirut por Israel; en Irak, en Siria. En todas partes.

¿De qué se nutre MSF? Esencialmente de donantes particulares y voluntarios. Solo ocasionalmente acepta fondos públicos (con condiciones) por debajo del 10% del presupuesto, tal como señala en su memoria anual, publicada en su web.  Se nutre de la indignación internacional en una época en que las redes y las televisiones no dejan al ciudadano jugar al avestruz. Buena muestra de que junto a los efectos más negativos de eso que llamamos globalización, hay una globalización humanitaria. Pero su mayor vocación, te dicen con una sonrisa, es dejar de existir cuando su acción ya no sea necesaria. Va para largo.