Montoro y Adam Smith

Jesús Rivasés

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Adam Smith, de Glasgow, referente de antiguos y modernos liberales, escribió que «el único Presupuesto bueno es el presupuesto equilibrado». Cristóbal Montoro, que además de ministro de Hacienda, es catedrático de Hacienda Pública, no solo ha leído a Smith, sino que enseñó su doctrina a sus alumnos, incluidas las bondades de unas cuentas públicas sin déficit, que es lo que significa el aserto del escocés que descubrió la «mano invisible del mercado». La rotunda afirmación de Smith también encabeza el capítulo de «Política fiscal» de una edición española del 1986 del manual de economía más famoso del siglo XX, el de Paul Samuelson, tildado de socialdemócrata por algunos y que Montoro también estudió en sus años mozos.

Montoro siempre soñó con un presupuesto equilibrado, aunque su admiración por Smith no le llevó, que se sepa, a peregrinar a su tumba en Edimburgo, como han hecho conspicuos liberales españoles que, por supuesto, presumen de ello. Montoro acarició el sueño de unas cuentas públicas sin déficit en su etapa de ministro de Hacienda, en la segunda legislatura de Aznar (2000-2004). Incluso algunos de los Presupuestos que presentó planteaban esa hipótesis. Después, en la práctica, se quedó a las puertas, porque el conjunto de todas las Administraciones Públicas, que es lo que de verdad importa, tuvieron en 2002 y 2003 unos déficits mínimos de 2.445 y 2.590 millones de euros respectivamente. Es decir, un 0,3% del PIB, que es casi lo mismo que el equilibrio.

El Gobierno adelantó el viernes algunos datos de los presupuestos del 2015 que Montoro entregará hoy al Congreso. Será otro presupuesto desequilibrado, con un déficit muy importante que podría rondar los 45.000 millones de euros, aun a pesar de ser menor que el de este mismo año y el de los anteriores. Un avance, pero que no aculta que España todavía gasta mucho más de lo que ingresa y ese es uno de los grandes problemas pendientes.

Las previsiones macroeconómicas que acompañan a los presupuestos auguran un aumento del PIB del 2% y una creación de empleo que dejaría el número de desempleados a finales del 2015 en 5,07 millones, una cifra desorbitada, pero menos que los 5,27 de diciembre del 2011.

Si las previsiones del Gobierno se cumplen, Rajoy podría presumir, como prometió, de que la legislatura terminará con menos paro del que comenzó. Es la gran baza que pone encima de la mesa el presidente con unas cuentas que no son equilibradas al gusto de Adam Smith, que van en la dirección correcta aunque con mucha timidez y que lo mejor que podría ocurrir -para todos, incluso para sus críticos- es que se cumplieran. Con permiso de Adam Smith, de Glasgow.