Al contrataque

Monsieur Mas

Una de las cosas buenas de hacerse mayor es que cuando prometes amor eterno sabes que puedes cumplirlo

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MILENA BUSQUETS

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En el colegio, yo era de las niñas que no iban a comer a casa. Mis padres estaban separados y mi madre trabajaba (dos cosas que en aquella época no eran demasiado habituales, ni siquiera en el Liceo Francés), así que me quedaba a comer en el colegio. Antes del almuerzo teníamos un rato para jugar en el patio. Entonces aparecía Monsieur Mas, un señor bajito con un manojo de llaves que cada día, al mediodía, cerraba la verja que daba a la calle después de que los niños que iban a comer a casa hubiesen salido.

No sé por qué empecé a acompañarle en su paseo hasta la puerta. Era, y fui durante mucho tiempo, una niña retraída y tímida, y mi mejor amiga, que entre otras cosas tenía la inmensa fortuna de tener una familia normal, iba a comer a su casa cada día.

Nos recuerdo a los dos, él, un hombre mayor (aunque seguramente mucho menos viejo de lo que a mí me parecía), seco y moreno, y yo, una pequeña de 6 años que vivía a caballo entre la vida real y un mundo absolutamente inventado, dirigiéndonos, cogidos de la mano, hacia la puerta.

Un día, mientras paseábamos, le prometí que siempre, hasta el final de los tiempos, le acompañaría a cerrar la puerta del patio. Él me miró muy serio, sonrió tristemente y me dijo: «No, dentro de un tiempo ya no querrás venir conmigo a cerrar la puerta». En el preciso momento en que me lo dijo, y mientras le prometía que nunca jamás le dejaría y que siempre le acompañaría a cerrar la puerta, supe que tenía razón.

Y la tenía, claro. El día llegó en que yo tuve más amigas y otras distracciones, y en que sin ni siquiera pensarlo dejé de acompañar a Monsieur Mas a cerrar la puerta.

LOS CINCO MINUTOS DIARIOS

No sé por qué trabé amistad con aquel hombre, no recuerdo cuánto tiempo duró ni de qué hablábamos, solo recuerdo los cinco minutos diarios de paseo hasta la verja. Y que un día dejé de acompañarle. Tal vez fue el día que mi amiga Gema se casó con Javier utilizando una rodaja de piel de plátano como anillo, o quizá un día que me quedé más tiempo de la cuenta jugando a cromos.

Monsieur Mas fue la primera persona que me dijo que no todo iba a ser eterno. De niños pensamos que nunca nada va a cambiar, que nos haremos mayores pero que todo a nuestro alrededor seguirá igual, intacto, cuando en realidad suele ocurrir justo lo contrario. Nosotros seguimos siendo eternamente la niña de 6 años que le toma la mano a un viejo portero, mientras el mundo a nuestro alrededor pasa, crece, cambia, se acelera, muere, desaparece y vuelve a empezar a cámara rápida, como en un remolino.

Una de las cosas buenas de hacerse mayor es que cuando prometes amor eterno sabes que puedes cumplirlo.