Montserrat Roig hoy sería de la CUP

La revisión de la obra publicada en EL PERIÓDICO por la escritora fallecida hace 25 años constata la validez de su pensamiento

IOSU DE LA TORRE

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Montserrat Roig hoy sería de la CUP. Esta mañana he lanzado este mensaje al espacio sideral del Twitter tras desayunar leyendo el trabajo con el que la camarada Gemma Tramullas ha recuperado una década de escritos para los lectores de este diario, de 1978 a 1988. Justo cuando se cumplen 25 años de la muerte de la autora de 'L’hora violeta'.

El aniversario ha coincidido con la irrupción de 29.000 mujeres por las calles de Barcelona, al galope, para recaudar fondos que ayuden a la lucha contra el cáncer de mama, como el que le arrebató la vida tan temprano.

Permítanme insistir en que, si no lo hicieron, busquen y lean el 'Más Periódico' de ayer, sí, ese suplemento que viaja cada domingo en las tripas del resto del diario. Si ya renunciaron a ser lectores de prensa impresa, también lo encontrarán en la web del diario. Y, además, es gratis.

Tras revisar la memoria de una feminista pionera como Roig puede concluirse que los tiempos han cambiado poco. Se equivocó Dylan, hace tanto, pero seguimos cantando. Las luchas de ayer siguen siendo las de hoy, pese a que nos engañamos repitiendo que como ahora nunca se había vivido en España, en Catalunya.

De los 'Melindros' rescatados por Tramullas elijo dos frases. Una que son dos: «Creo que el país necesita un ama de casa en cada alcaldía, en cada municipio, en los ministerios. Que garantice la vida física y moral de los ciudadanos». Seguro que la profecía provocará una sonrisa en Ada Colau, Montse Venturós y Uxue Barkos, entre todas estas mujeres armadas con escobas de esparto y trapos de polvo y las palabras justas, que es como las deseaba Roig.

La segunda frase golpea en la boca del estómago. «En los hospitales la gente se muere de hospital». Una cruda descripción de aquella (esta) sociedad, la que abandona a sus ancianos y deja la salud en manos de expertos con carrera y nula sensibilidad.

PD: una tarde de 1988, Monserrat Roig vino a la redacción. El reloj se detuvo. Apenas me miró. Sus ojos se quedaron con el amigo Ferran Grau.