tú y yo somos tres

Una solución: irse a Senegal

FERRAN MONEGAL

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Aunque es un programa grabado con mucha antelación, y aunque Lluís Llach lleva ya seis o siete años viviendo allí, el inicio de temporada de Albert Om viajando a Senegal ('El convidat', TV-3) tiene una lectura de tremenda actualidad. Visto que a los catalanes no nos dejan votar, no nos dejan decir ni sí, ni no, cabe una heroica solución: exiliarse a África. Om estaba intrigado, y nosotros, también, la verdad. ¿Qué misteriosos motivos han impulsado a Llach a vivir por lo menos seis meses al año en Palmarin, una pequeñísima localidad al sur de Senegal?

¡Ah! El célebre cantautor de Verges, hoy también exiliado de la música («Hace siete años que no toco un piano») lo explicó en una clave muy profunda, y muy humana: «Quería vivir de otra manera. En el disco Món Porrera acababa como una vedete histérica gritando '¡Hay otra forma de vivir!' Pues he hecho eso: vivir de otra manera, saborear el hecho de hacerme viejo. La vejez es el tercer acto de la gran obra de Shakespeare. Es el final. Es el regreso al punto cero. Es saber adaptarse sin tristeza. Nos educan tan mal, Albert, que nos pasamos los últimos 40 años de nuestras vidas con el pánico a la muerte».

¡Ahh! ¿Y cómo vive este ampurdanés en esa minúscula localidad del África subsahariana? Circula con una tartana tirada por un caballito llamado Islam; le acompaña siempre Màdi, un asistente que hace años intentó llegar en patera a las Canarias; se ha construido una casa ('Yayomà') asomada al Atlántico -muy humilde vista con ojos occidentales- y desde donde ve pasar la vida con una tranquilidad envidiable; escribe continuamente todo aquello que le evoca esa existencia sosegada; y financia una pequeña fundación, modesta, local, que hace posible que los niños y niñas de Palmarin tengan una escuela, tizas, pizarras, libros de texto, material escolar, y puedan aprender, y comprender, que la negritud no es un estigma, ni una condena, sino una condición humana que debería ser equiparable a cualquier niño de Pamplona, Frankfurt o Sant Fruitós del Bages.

¿Y piensa en Catalunya este Llach asomado al Atlántico subsahariano? Sí. Confesó soñar con un país independiente («Para ser independentista hay que ser de izquierdas») mientras, sentado en el porche, vislumbra en la espuma de las olas el dibujo de la palabra libertad.

¡Ah! Om nos ha descubierto a un Llach insospechado. Sin cantar, ni tocar el piano, sigue siendo extraordinario.