tú y yo somos tres

50 cacerías con Franco

FERRAN MONEGAL

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Sufrió. Jaime Peñafiel sufrió mucho en el sofá de Pepa Bueno (Viajando con Chester, Cuatro). «¡Eres como un berbiquí», le decía él, doliéndose de que le recordase sus muchos años en el ¡Hola! haciendo la rosca, la crónica espumosa, el retrato del halago y la lisonja, a Franco y a su familia. «¡El Hola es una revista de evasión, no de opinión!», argumentaba Jaime en su descargo con un hilo de voz. Pero luego se agolpaban implacables los recuerdos, las imágenes de otros tiempos, y añadía: «Estuve con Franco en 50 cacerías. No me habló nunca. Me miraba como a un perro. Y yo le miraba a él, con las orejas levantadas, y pensaba '¡Me va a hablar!'. Solo una vez me dijo: 'Peñafiel, usted cree que mi fotógrafo es masón?'».

Pepa Bueno, agarrando de nuevo el berbiquí, le hacía una reflexión demoledora: «Oye, Jaime. Tú ya eras adulto. Había mucha gente en aquella España pasándolo muy mal por culpa de Franco. No te extrañe que muchos digan que estaba con la dictadura. Nadie te obligaba a estar ahí». ¡Ahh! Y Jaime, con un gesto trágico, exclamaba: «¡Lo asumo, lo asumo!». Fue, en efecto, una sesión dura. Una catarsis sobre el servil colaboracionismo en aquellos negros tiempos del franquismo. Cabría añadir un dato, que no redime, pero que sería injusto no advertir: hemeroteca en mano, a muchos les saldrían los colores releyendo lo que en aquellos años escribían, y contrastándolo con lo que ahora escriben. ¡Ah! Venimos de una época plagada de criaturas de una especie muy curiosa: han hecho del camaleonismo una forma de supervivencia periodística.

De esa entrevista, no obtante, la pregunta más tremenda que recibió Peñafiel fue cuando Pepa repasó sus últimos años como gran supporter de la figura del rey Juan Carlos, y luego, ante los nuevos reyes entrantes, transformado en pintoresco fustigador de Letizia. Le dijo Pepa, asestándole un mazazo terrible: «¿No te arrepientes de haberte convertido en una caricatura?». ¡Ahh! Esta vez Peñafiel no se pudo contener y exclamó, muy dolorido: «¿Por qué me ofendes?». Hombre, todavía recordamos aquellas apariciones suyas en los circos de Tele 5, en el Sálvame y el Deluxe, aquellas sesiones de cachondeo bufo, cuando le sentaban en un trono de charlotada y decía aquello de «¡La monarquía no la salva la nieta de un taxista!». O sea que, en efecto, prodigó la autocaricatura. Otra cosa es que, con el tiempo, lo esperpéntico tienda a diluirse.