La rueda

Monarquías y repúblicas bananeras

ENRIC MARÍN

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La imputación de Sarkozy por corrupción activa y tráfico de influencias tiene una derivada incómoda para el establishment económico y político español. Como en el caso del referendo que Gran Bretaña ha sabido pactar con Escocia, las comparaciones son odiosas. En el debate sobre la abdicación de Juan Carlos I ha vuelto a aflorar un cierto monarquismo accidental o circunstancial. Se trata de defender la monarquía no como doctrina de poder, sino en la medida en que la monarquía se identifica con la democracia. Es una posición frágil en tanto  que tiene difícil explicar el sentido práctico de una institución manifiestamente anacrónica. Al fin y al cabo, si la monarquía tiene una función política relevante no se entiende que sea hereditaria. Y si la función es irrelevante no se entiende que haya que mantenerla y financiarla.

Con motivo de la coronación de Felipe VI, los dirigentes del PP se han apresurado a recordar de una forma que podría parecer un poco impertinente que el Rey no puede ser actor político mediador en el conflicto democrático entre Catalunya y el Estado. El monarca reina, no gobierna, recuerdan. Y no les falta razón. Pero tanta insistencia se puede volver en contra. En primer lugar, porque deja al nuevo Rey sin margen para liderar una operación de Estado que podría significar un aval de legitimidad renovada. Y, en segundo lugar, porque si la función monárquica es meramente representativa no se acaba de entender la precipitación en garantizar el aforo de Juan Carlos I. ¿Por qué un monarca abdicado tiene más fueros que el expresidente de la República francesa? El monarquismo circunstancial argumenta que es preferible una monarquía constitucional a una república bananera. De acuerdo. Pero aún es más preferible una república democrática a una monarquía con tics de república bananera.